Como lo vivimos desde Michigan

Por casualidad o costumbre nos llamó por teléfono. Finalmente había decidido asomarse a un hospital y contarnos la firme. Tenía COVID. En su vida, Nancho, mi cuñado, había logrado combatir exitosamente un aneurisma cerebral y un ataque al corazón; pero esta vez todo parecía diferente. Por WhatsApp nos hablaba desde el hospital de Talca, Chile, mientras mi cuñada, Paula, escuchaba desde su casa en Coyhaique. Pilar, mi esposa, lo hacía desde Michigan. Estaba mal, nos confesó por la línea, pero se notaba optimista, como siempre, porque cuando le fueron a fumigar su cuarto, le sintió el olor al desinfectante. Pero le costaba respirar, por eso había ido al hospital. Pilar desde el primer momento captó algo diferente, pese a que su voz todavía le salía natural y hablaba con sus acostumbrados gestos y manierismos, y le alcanzó a decir que lo quería. Nancho le contestó, que sí, que lo sabía, que siempre lo supo, pero ahí se notó preocupado, y que le quedaba poca batería en el celular, nos dijo, que no se había llevado ningún cargador al hospital.

Él creía que lo mandarían de regreso a casa rápido y con medicamentos, y eso sería todo. No deseaba hablar mucho, nos dijo, porque se quedaría sin celular, nos repitió. Cuídate, Nancho, le alcancé a decir, pero Pilar intuyendo algo más grave, diferente, en llantos le alcanzó a decir que lo quería mucho, que siempre lo había querido. Yo no me atreví a decirle que lo quería. Él, tranquilo, le respondió que sí, que él también la quería y que él sabía que lo querían, y pronto colgó porque le quedaba poca batería. Al poco rato, imaginando una situación final y grave, lo llamé sin considerar las baterías descargadas. Por suerte lo hice porque esa sería la última vez que le escucharía su voz. Qué cómo se sentía, le pregunté, mientras Pilar lloraba a mi costado y rogaba por noticias buenas. Afuera, a través de los ventanales amplios, todo parecía normal, nuestros perros pirineos corrían sobre el césped del jardín, y nuestro gato regalón se revolcaba a nuestros pies pidiendo su comida. Pero nuevamente no alcancé o no me atreví a decirle que lo quería. Nos dijo que no lo habían dejado irse a casa, tenía el nivel de oxígeno muy bajo, pero que ya nos llamaría, que lo iban a entubar, pero que ya nos llamaría, y que apenas le quedaba batería. Colgamos y ya todo lo vimos diferente, se veían nubes grises a través de los ventanales y los pirineos parecían moverse en cámara lenta sobre el césped del jardín. Sentí el aire pesado, me sentí viejo, viviendo de prestado. Nuestro gato regalón, que todavía se paseaba a nuestros pies, parecía despedazar un pedazo de carne cruda sobre el suelo. A lo mejor se cerraba un ciclo, pensé, a lo mejor todo cambiaría.  

…..y cambió, Nancho no alcanzaría o no pudo cargar su celular; pero a lo mejor, con este texto breve, notarás que yo también lo quise…..