Metametales

Cuando un escritor me gusta es como si me sacaran jugo. Primero me da una envidia sana, pero pronto recupero el equilibrio porque reconozco mis limitaciones, el barro en que me muevo.  Sin embargo, pese a esos murallones que parecen insalvables, difíciles, de todas formas escribo, me largo, gateo y corrijo…. hasta que al final, y en contadas ocasiones, algo resulta porque me duele. Es como dar sangre, o como caerse y quedar moreteado, agredido.

Eduardo Halfon es uno de esos escritores. Leo su libro de relatos, Signor Hoffman,  y me salpican los deseos por contar, por decir algo, por escribir lo que nos ocurrió el fin de semana pasado, por ejemplo, cuando fuimos a la casa de Roberto Merlin en Ann Arbor, un profesor y miembro del Departamento de Física en la Universidad de Michigan.

En su casa me enteré sobre los metametales, unos compuestos que hacen que la luz se curve y esquive los objetos haciéndolos de esa manera invisibles. Es la especialidad de Roberto, un área de mucha actualidad y gran importancia en el campo de la óptica y electromagnetismo. Los metametales son mezclas de metal y materiales de placa con circuitos diminutos impresos como cerámicas. Y es ahí donde la Pili ayuda a los estudiantes de Roberto porque esa es su especialidad: lo diminuto, lo pequeño, lo “nano”. Cuando escuchaba esas explicaciones, mientras las trataba de digerir, de hacerlas mías, pregunté -quizás con esa curiosidad del ignorante- si en unos años más se podría conseguir la invisibilidad nuestra, de los seres humanos, la invisibilidad completa mía o de Pilar. Ahí si que me miraron feo. Fue divertido ver cómo trataba de entender haciendo esas preguntas un poco excéntricas. Lo que sucede es que siempre abrigo esa esperanza de llegar a ser capaz de hacerlo, de entender eso que no entiendo. Se las da de vivo, dirán algunos, de que “entiende”, de que “sabe”, que “conoce”, y que solo basta con “ponerle el hombro” y todo pasa y se entiende; pero la verdad es que esa realidad es difícil y compleja, nada de fácil de entender; pero trato.

La estudiante de Roberto, Meredith, se graduó en el programa de doctorado y por eso la celebración, el convite. También asistíamos para celebrar a otro estudiante suyo, uno nacido en Irán, y que se había graduado hacía poco en el programa de doctorado. Llegamos a la casa adelantados así que la Pili me pidió que manejáramos por un rato más, que no me gusta llegar primero, o no me gusta llegar adelantada, parece que me dijo. Pasamos al frente de la casa que tenía un árbol grande y pelado por los efectos del invierno. Afuera todavía no había ningún auto y las casas vecinas se veían todavía más vacías. Tocamos el timbre finalmente, pero no esperamos a que nadie nos abriera la puerta. La empujamos y entramos, así nomás; o, mejor dicho, empujé la puerta y entramos, así nomás. Adentro nos encontramos con la esposa de Roberto, Elisabeth, una señora francesa muy amable, gentil, y que hablaba castellano como si hubiese nacido en Argentina. Trabaja como traductora, nos dijo, y también escribe. Pronto llegó Roberto y ahí me enteré que vivían hace muchos años en USA, y cuando puso su música de fondo, su preferida, todo se confirmó porque los ritmos eran de mi tiempo, con Piero, Mercedes Sosa o Facundo Cabral. Este último asesinado por error -a balazos- hace poco tiempo, después de terminar su último concierto en Guatemala. Los estudiantes de Roberto se reían porque no reconocían esos ritmos, pero los soportaban con esa típica resignación que muestran las visitas cuando están en la casa de un profe al que respetan. Pronto llegó Meredith, y un abrazo, y felicitaciones por ahí, felicitaciones por allá, y que sí, que estaba feliz porque pronto, en pocas semanas más, partiría hacia Barcelona para trabajar como postdoctora en un Instituto de la Comunidad Económica Europea. Cuando noto que Meredith se ha quedado sola, aprovecho para preguntarle sobre los metametales y la invisibilidad. Los metametales, me dice Meredith, pretenden conseguir la invisibilidad de los objetos (eso ya lo había escuchado de Pilar). Son materiales, que al ser recubiertos por otro material especial, agrega, reorientan los rayos de luz que impactan sobre dichos objetos alterando el comportamiento natural de la luz, de modo que las ondas electromagnéticas rodean al objeto y este no las absorbe (ahí sí que me perdí); es decir ni absorbe ni refleja la luz y el objeto se vuelve invisible. Se usa y se estudia mucho para evadir radares, me confirma. Te podemos hacer desaparecer a ti o a Pilar, me dice con una sonrisa. Quedé intrigado, y diría que me asustó, pero entonces llega Roberto, y qué pasemos a probar la comida antes de que se enfríe, nos dice. La señora del profe se pierde por un rato y cuando llega, que perdonen, nos dice, estaba fumando un cigarrillo. Pilar se pierde por otro lado, donde alguien le muestra unas pinturas que se pueden aplicar sobre todo el cuerpo, alcancé oír . Quedé más intrigado (¿más molesto?) cuando al rato llega a mi lado y me cuenta, me pintaron. Llega también otro estudiante recién graduado (solo unos meses antes), originalmente de Argelia. Tiene los ojos profundos del que ha sufrido mucho, tristes, recaídos, diría que muy bellos, pero no lo digo para que nadie piense otra cosa, o piense mal. Cuando te habla ya no pierde el tiempo como lo hacemos nosotros; pareciera que para él todo es importante, incluso los saludos convencionales de un extraño, o escuchar esa música andina poco familiar que nos facilitó Roberto, o saludar casi por última vez a su profe ahora que terminó su doctorado. Su padre se involucró en la vida pública de su país y pagó con su vida. Se “metió en política”, me cuenta la Pili alarmada: y lo mataron, por eso lo mataron. Y que no “meta las patas”, me sugiere, no se me ocurra preguntarle ni escribir sobre eso, me dice (se inquieta). La escuché con atención y después de su alerta fui disciplinado y no le pregunté por los motivos, no le consulté por qué habían asesinado a su papá, o cómo lo habían eliminado, cómo lo habían matado -¿lo ahorcaron? ¿Lo envenenaron? ¿Lo fusilaron? ¿Lo degollaron? ¿Recuperaron su cadáver? – pero él, su padre, estuvo siempre presente, ahí, entre nosotros, y también lo imaginé parecido al hijo, sobre todo cuando vi a su madre, la viuda, que estaba también ahí junto a sus dos hijas, (sus dos hermanas), que de seguro ahora lo extrañaban y pensaban en él, sobre todo en una ocasión tan importante como esta. ¿Por qué estamos aquí nosotros y no su padre?, pensé, ¿con qué derecho? Imaginé cómo sería mi vida sin Pilar, cómo reaccionaría si le pasara algo, si viviéramos en un país donde ella pudiera desaparecer, a lo mejor por sus opiniones políticas, o por la ropa que usa, o por el color de su cabello.

Roberto feliz conversa en castellano. Ya me cansé nos dice a todos, me cansé de los estudiantes, me cansé de ustedes, declara con una sonrisa, pero ahora lo dice en inglés. Ya tengo 70 años y deseo sacar el pie del acelerador. Y todo eso lo dice mientras veo como su señora se ausenta nuevamente. ¿Otro cigarrillo? Y pronto llegan unas patatas de kubbat, rellenas con carne picada, pinches de pollo adornados con crema de yogurt y arroz con langostinos, comida que todos disfrutamos.

Su madre, la viuda, todavía se ve joven, vive en California, ya no regresan a Argelia. Las dos hermanas altas, (o las hijas) delgadas, hablan y conversan entre ellas, o con los otros estudiantes, o con su madre. El profe se levanta y ofrece un brindis, está contento, se le ilumina el rostro cuando habla de su trabajo, de sus años en la universidad, de sus más de treinta estudiantes que ha graduado en el programa de doctorado, pero ya está cansado y desea tomarse la vida de manera liviana.

¿Y más Malvec? ¿Más arroz con langostinos? Los padres de Meredith, que llegaron de Parma, Ohio, comparten una torta traída especialmente para la ocasión. Habla Meredith, quien da las gracias mientras a sus padres –esta vez los dos vivos- se les ilumina el rostro. Están contentos, algo así como misión cumplida, se apoyan, se les nota que ya son muchos años en que danzan juntos.

Y ahí entonces me acuerdo de nuestro amigo iraní que conocimos en nuestros tiempos de estudiantes, en Cleveland. Al padre de nuestro querido amigo también lo habían eliminado cuando la revolución instauró al Ayatollah Khomeini como jefe supremo de su país. Esa vez, pese a que la Pili no me dijo nada, tampoco consulté sobre los detalles de su muerte, pero parece que lo fusilaron. Recuerdo que en el departamento donde vivían casi no había adornos en las repisas vacías o sobre las mesas y paredes pintadas; pero la foto de su padre estaba siempre ahí, sobre una chimenea vacía y limpia que nadie había usado jamás. Era una foto en blanco y negro, de carnet, de documento público, casi lo único que les quedaba de él.  Lo más probable es que arrancaron apurados de Irán, pensé, arrancaron con la ropa puesta y pasaportes, y algunos anillos que guardan como recuerdos de familia. Desde ese entonces me fijo con gran atención en las fotos de carnet, que es casi lo único que sobrevive después de una tragedia. Aquí en Michigan tengo la foto de mi abuelo, por ejemplo, en un carnet de identidad que me regaló mi tía Oriana. Se ve bien serio, de corbata, y con sus arrugas en el rostro marcadas y trágicas, pese a que a él nadie lo mató; murió de viejo.

Al final regresamos a nuestra casa, en Northville. Podría jurar que me subí con la Pili al auto porque la vi acomodar la cartera negra bajo sus pies, en el suelo, debajo del asiento, pero ahora acabamos de llegar a casa y no la veo, no la encuentro por ningún lado. Sé que tenemos que haber llegado juntos porque acabo de ver su cartera negra al lado del sofá amarillo, en el living, y justo cuando llegaban los gatos a recibirnos, y cuando el Copo se acercaba a saludarnos moviendo la cola como si fuera un plumero. Imagino por un instante breve, que a lo mejor la Pili se quedó conversando con Roberto sobre los metametales, o con Meredith (espero que ya está claro que ella conoce bastante sobre el tema, y la entusiasma); todavía no la veo.  Siento algo parecido a la angustia, me siento solo, tremendamente solo, y me dan unos deseos grandes de contarle intimidades, de hablar con ella sobre eso que nunca hemos podido conversar porque siempre nos ha faltado tiempo, de preguntarle sobre nuestras vidas…… pero uno siempre vive tan escaso de tiempo. Me habría gustado preguntarle si deberíamos, o, mejor dicho, si podríamos haber hecho algo diferente durante todos estos años juntos. O si nos arrepentimos de algo que hicimos, de algo que ocurrió en mi vida, en nuestras vidas, algo importante que duele y acaso avergüenza.

Creo que uno percibe lo mucho que ha perdido cuando ya lo pierde, cuando todo cambia y ya no hay vuelta, como cuando la salud nos da un portazo, o cuando la muerte nos visita sin mucha advertencia. Y siento nuevamente la urgente necesidad de saber, de preguntarle si valió la pena el que nos mudáramos desde Chile a Ohio y después a Michigan en esos años iniciales, cuando las niñas estaban chicas; si valió la pena haber viajado juntos de visita a Santiago al final de los 80, en una época en que apenas nos resultaban los proyectos, pero de todas maneras fuimos, viajamos, ……no, no te preocupes, resultará, le decía, mientras contemplábamos con preocupación el aterrizaje adentro de esa otra familia -mis padres, mis hermanos- que ella no conocía…

Si valió la pena, me pregunto; si valió la pena haber vivido, haber luchado, llorado, haber celebrado todos estos años juntos….

Levanto la vista, enciendo las luces, y siento todo normal, pero más pesado, me siento viejo, me asusto y siento terror a no llegar a entender lo que me ocurre. Pronto me tranquilizo cuando imagino que Pilar anda por ahí jugando, haciéndose la juguetona, pero no me creo, no confío en lo que estoy pensando, dejo de confiar en mi propio juicio. Levanto la vista y solo veo a nuestros dos gatos, y a nuestros dos perros, el Copo y la Maule que mueve su cola como un gran plumero…… y algo me estremece, me golpea fuerte cuando veo su foto de carnet, la de Pilar, sobre una chimenea limpia y seca.

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