Otra Vida

Llegué manejando mi auto el jueves por la noche y casi infartado, a Brooklyn, Nueva York. No entiendo como logré llegar, pero como dice mi hija, Camila, uno al final se siente como volando sobre una hoja de otoño, y de alguna manera llega. Y llegué. Felizmente había contratado un parking cubierto. Me cobraron ciento cuarenta dólares hasta el lunes, y negociado sin interacción humana; lo hice a través de SpotHero, un App que me recomendó mi amigo John Keenan. Entregué el auto en el portón de entrada donde tienes que pasar las llaves, confiar, y despedirte. En el contrato se estipula que no lo puedes sacar hasta que partas. Entregué las llaves asustado, el tipo no hablaba inglés así que nos entendimos por intermedio de señas y el App. En ese momento, el mundo virtual me pareció más real que la calle, el frío y la nieve que ya comenzaba a caer con fuerza. Espero que logren despejar la nieve este lunes… y espero que todo sea verdad, que el edificio todavía exista, que el auto sea mi auto y que el App todavía funcione. No me podría ir de regreso a Michigan en motocicleta, o en otro auto….

Puedo decir con algo de alegría que recién llegué de mi viaje a Nueva York, pero me ocurrió algo bastante horrible (o inicialmente terrible, pero ahora no tanto). En el garaje de Brooklyn, en el 225 Schermerhorn St, muy cerca de donde vive Antonio, el hermano de mi amigo Juan Pablo Molestina, me entregaron finalmente el auto, pero no era el mismo, y no lo noté; estos eléctricos son tan idénticos que no me di cuenta, o a lo mejor fue Antonio, que al entretenerme con sus interesantes análisis sobre el juego de Nadal (sentados en el café Devoción), que hacía pocas horas había ganado el torneo de Australia, me hizo salir atrasado y no me di cuenta, se me pasó demasiado rápido el tiempo, y todo fue Apps, sacudirme la nieve y partir hacia los puentes de Brooklyn. Cuando me subí al auto, rápidamente hice un clic en el botón “home” de la pantalla y este me llevó a otro destino. Estaba tan cansado de viajar, de la nieve, del temporal, que simplemente no me di cuenta.

Cuando llegué a destino era de noche y entré a la casa, la que noté algo distinta, pero imaginé que Pilar había aprovechado mi ausencia para ordenar y limpiar el entorno. Estaba tan cansado que simplemente me tumbé sobre una cama enorme y vacía. Por la mañana, cuando me desperté, no reconocía nada, y escuché que alguien preparaba panqueques. Ella se veía feliz y me dijo que se llamaba Anabel. Cocinaba unos panqueques que desprendían un aroma dulce y pungente. De inmediato ella me confundió con un cliente de Airbnb; porque de eso vive ella. Nos entendimos de inmediato, y llegó a tanto el enredo que imaginé mi vida junto a ella, abrazándola a ella, jugando.

No sé si a ti -tú que lees- te ha ocurrido algo parecido, pero a menudo me pregunto cómo habría sido mi vida si la hubiese vivido en Chile, sin partir lejos, o cómo habría sido mi vida si no me hubiese casado nunca con Pilar; ya tengo 66 años y noto que se me escapa el tiempo y la vida, se me arranca, por eso he decidido cambiar de rumbo para vivir junto a Anabel y su  mundo, Anabel y sus amistades. Sé que Pilar me entenderá; y no me lo vas a creer, pero eso me duele. Ella me conoce, y por eso imagino que me seguirá queriendo; creo que ella siempre me va a querer y eso me hiere….

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