
Lindo tener noticias tuyas, Raúl. Estos días me ha tocado vivirlos aquí en Washington por asuntos de un Meeting al que me invitaron. En la foto tienes a un grupo de estudiantes que se gradúan este sábado en la Universidad de Georgetown. Pertenecen al Institute of Public Policy. Junto a sus familias y amigos, llegados de todos los rincones del mundo, gritaban con tanto gusto imaginando un mundo mejor que sentí grandes deseos de incorporarme al coro para ganar otra oportunidad he intentarlo de nuevo. Pero es inútil, pasan los años y esa época no se repite. Como te contaba, he llegado de Michigan por otros motivos. Y en los descuidos tomo un lápiz y escribo algo sin importancia para estas notas semanales que cuelgo en mi blog. Aquí va lo que mandaré en pocos días, aunque pocos lo lean y a pocos le importe. Me acomodo sobre un gran sofá rojo ubicado en el lobby del Hotel Hilton, en Arlington, donde veo un lápiz tirado sobre una alfombra que imagino pudo ser mío. Me embrujan los lápices, los colecciono, así que me agacho, lo toco, pero no me gusta, es azul, parece manoseado, así que lo dejo suelto sobre una mesa de madera. No quiero que nadie imagine que lo he robado, porque no soy un ladrón, eso sería bien feo.
A Washington llegué por la invitación de Peter Faguy –mi amigo de los tiempos de estudiante en Cleveland- para que participara como reviewer de los proyectos financiados por el Departamento de Energía. Desgraciadamente a mí no me puede dar plata, porque según él “somos amigos”.
¿Desde hace cuántos años somos amigos?, me pregunta Peter, mientras me invita a entrar a su casa. Nuevamente me he reído (la verdad es cada vez que Peter lo cuenta me río con más ganas y le pido que repita el relato). La historia comienza así, con un Daniel Scherson (el malo), y actual faculty de Case Western Reserve que se enfrenta continuamente con Peter, (otro de los personajes del cuento). Todo comenzó cuando nuestro amigo –Peter- fue contratado por el Departamento de Energía, aquí en Washington, hace dos años. A los pocos días de instalado y chorreado de sudor –era verano- le hizo saber a su jefe el problema que le molestaba y que no sabía como atacar; en el futuro lo más seguro es que tendría que juzgar los meritos de una posible propuesta enviada por Scherson para financiarle un proyecto, un Scherson que por décadas ha esparcido rumores indecentes sobre la vida y obra del pobre Peter. La acusación que a Peter más le molestaba era la leyenda del “drinking problem”, esa que dice que Peter tiene problemas con el alcohol. Por eso, a los pocos días se ser contratado por el Departamento de Energía, Peter prefirió anunciarle a su jefe los problemas que tenía con Scherson. Lo que precipitó la acción de Peter fue que terceros ya le habían hecho saber que nuestro ilustre personaje –por temor a no recibir un peso del Departamento de Energía en el futuro- ya intentaba averiguar sobre la función específica de Peter en la organización, en el Departamento de Energía de los Estados Unidos. Peter, por otro lado, ya se sospechaba los movimientos de Scherson –preocupado a lo mejor por la posición de poder de Peter, que escoge y financia proyectos- comenzaría a largar soplos sobre su “tremendo” alcoholismo para neutralizarlo. Lo lindo del asunto es que a los pocos días de que Peter hablara con su jefe, Scherson ya estaba en el teléfono averiguando detalles. ¿Cual es la función especifica de Peter en la organización?, preguntó por la línea. El jefe de Peter no perdió el tiempo y le contó que Peter controlaba todos los proyectos y propuestas que llegaban a la organización, y que prácticamente todos, todos, trabajaban para Peter. Silencio, silencio total. Cuenta la leyenda de que puro nervioso Scherson empezó a hablar en ruso, el idioma de su infancia.
Peter se reía mientras nos ofrecía más vino chileno, un Santa Emiliana que estaba muy bueno –ya no recuerdo cuantas botellas nos consumimos-, y feliz de tenernos en su casa el último día del Meeting. El que más celebraba era el jefe del Peter, que entre carcajada y risas me preguntó sobre Peter, desde cuando lo conocía. Desde siempre, le dije, estudiamos juntos en Cleveland. Nos despedimos como si nos hubiésemos conocido toda una vida.
Lo curioso es que casi no había alcanzado a llegar a mi Hotel –tomé el Metro, la línea naranja- cuando sonó el celular. Era Richard, jefe de Peter:
-¿Es cierto? -me preguntó.
-¿Qué, cosa, de qué se trata? -le pregunté extrañado.
Guardó silencio y de inmediato imaginé lo que buscaba saber. No titubeé un segundo, y sin debilidad en la voz, sin temor, me senté en una silla y con el fono firme en mi mano, le dije que sí, que Peter era un alcohólico, un vicio que escondía desde los tiempos de Cleveland. Me dio las gracias y un plazo breve y perentorio; tenía apenas una semana para presentar un proyecto que me iba a financiar. ¿Y sobre qué?, le pregunté haciéndome el distraído. Cualquier tema, no te preocupes, me respondió.
Y ahora que termina la historia veo a un hombre de mi edad que ha divisado el lápiz que dejé sobre la mesa de madera, lo toca, lo vuelve a manosear y se lo mete al bolsillo como si hiciera algo malo. Me mira y se ríe; le digo que no es nada.
Como puedes ver, Raúl, me he visto involucrado en hechos sobre las cuales no me siento orgulloso, pero pocos lo saben. Lo más importante es que finalmente toco con mis dos manos la bola jugosa del éxito. Eso me llena de vértigo, nuevamente me siento joven y vigoroso. No te imaginas el gusto con que me zampé tres Martini al hilo antes de sentarme a escribir esta nota. Siento que todavía tengo futuro, donde me espera ese éxito que ha sido tan esquivo en mi vida.