Un día sábado y lecturas con mi perro

Llegamos a otro día sábado con un sol de invierno que parece lamer la nieve que todavía cubre los jardines aquí en Northville, Michigan. Temprano por la mañana, salimos a pasear por la librería de nuestro perro patagónico, el Copo, es decir su calle, sus troncos de árbol seco, donde “lee” olorosando todos los vestigios y aromas de otros animales. Levanta una pata y se pega una meada como diciendo este libro es mío. Un vecino lo saluda y le ofrece algo de comer. El Copo mueve la cola con felicidad. Seguimos nuestro recorrido y pronto llegamos a la librería Barnes & Noble de la esquina. Lo amarro en un poste de la entrada. Me mira y entiende que ahora me toca el turno a mí. Esta es mi propia librería donde también camino y olfateo como lo hace él (pero no levanto la pata ni tampoco hago pipí).

Sobre unos anaqueles altos descubro un libro que habla sobre la ficción de Tim O’Brien (“¿Cómo se escribe una historia de guerra?”, se titula). Es interesante porque uno, como lector, siempre desea saber si el autor nos está contando realmente la “verdad” de lo ocurrido, tal como le sucedió en el mundo real al autor, o si todo es “inventado”. En el libro nos cuentan que para O’Brien, la “verdad” se refiere más que nada a ser fiel a la “autenticidad de la experiencia”, eso es fundamental y más importante que la verdad histórica o cómo ocurrieron realmente los hechos; por eso él se da el lujo de cambiar o incluso “inventar”, si con eso se acerca a la verdad más importante que para él es la autenticidad de la experiencia. Lo leo y me siento como un pelotudo porque recuerdo esa tarde de Cleveland, hace ya muchos años, cuando después de una lectura de uno de sus libros, le pregunté –ya estábamos en la calle- si esos compañeros de combate que él describía en sus cuentos habían existido de verdad. Me miró perplejo, pensó un rato, y me dijo que no. Pero en su titubeo y la cara triste que me puso me sugirió que yo no entendía realmente nada. El libro se presentaba como una obra de ficción, pero claramente O’Brien se había metido en un género híbrido que ahora me gusta mucho. Pasados ya muchos años creo que incluso las memorias actuales se escriben de esa manera. Todavía los presentan como obras de ficción, pero más que nada por asuntos legales, para que no los acusen de que nos están “mintiendo”. Me gusta esta última alternativa porque siento que en las memorias también es importante prestarle gran atención a la verdad emocional, saber transmitirle esa experiencia al lector aunque a veces se “inventen” ciertos hechos para lograr esa verdad.

En otra estantería me topo con el último libro de Barbara Le Guin (“Sin Tiempo para Perder”, o No Time to Spare). Parece que no es más que una recopilación de los blogs que ella publicó por varios años. Según Le Guin –leo en la introducción- los blogs no le interesaban hasta que se topó con los de Saramago. Le gustaron tanto que empezó uno propio.

Leo y me gusta como escribe, cuenta la verdad aunque le duela. En Octubre del año 2010, escribió por ejemplo que a ella ya no le quedaban esperanzas. Contestando un cuestionario que la Universidad de Harvard le había enviado a su ex alumnos, dijo que mirando hacia el futuro solo le esperaban sustos. Y tenía razón, en la contra tapa leo que falleció hace pocos meses.

Y así termina el paseo junto al Copo. Al salir de la librería me pide oler el libro. Se lo paso, lo huele con su nariz gorda y negra y mueve la cola con felicidad. Me llevo el libro a las narices y le encuentro toda la razón; parece buena la lectura, olorosa, viva, aunque la pobre Barbara ya no esté junto a nosotros. Pero escondo el libro imaginando que al Copo le gustaría darle una meada.

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