Patricio Aylwin

Me llama mi hermano Gonzalo por teléfono para preguntarme si me he enterado de la noticia. Sí, le digo, murió Patricio Aylwin. Al día siguiente hablo con mi hermana, Mónica. Me dice que tratará de ir a alguna de las ceremonias. Me acuerdo del papá, le digo. Yo también, me dice.

…..y es como si nuestro propio padre continuara muriéndose poquito a poco, una etapa más, otro año más y otro amigo, un contemporáneo, que también desaparece. Veo homenajes y recuerdos por la radio y los periódicos, pero siento que Aylwin también será olvidado. Lo pienso, pero no lo digo. Al poco rato florecen los recuerdos, los momentos de otros años que la memoria todavía guarda de manera selectiva. Ese día era un fin de semana veraniego y la ocasión no era especial. Simplemente la intención era similar a las otras; juntarse periódicamente los fines de semana para hablar sobre lo que sucedía en el Chile de ese entonces. Uno, al oírlos conversar, los imaginaba practicando la oratoria, argumentos que pronto usarían en los debates públicos porque este solo era un receso temporal, un paréntesis en la actividad política tradicional porque en cualquier momento todo volvería a ser igual que antes, y los volverían a llamar para ocupar un cargo público. Por supuesto que eso no sucedería así de fácil, pero ellos todavía se lo imaginaban, y no sabían que tendrían que pasar largos años para que algo así ocurriera. Muchos de ellos todavía anidaban esa esperanza; un regreso rápido a la vida política chilensis que antes habíamos conocido con tanta naturalidad.

Creo que a mi padre le gustaban esas juntas de fin de semana en la playa, porque ellos, esos políticos amigos, hacían cosas tan distintas a las de él. Recuerdo un fin de semana particular donde, frente a la chimenea de nuestra casa en Algarrobo, Patricio Aylwin, Lucho Pareto y otros ‘políticos en receso’, recordaban a Salvador Allende, que también había tenido una casa en el balneario. Todavía estaba fresca la tragedia y resonaba el fuego, el humo, y el bombardeo a La Moneda, y a lo mejor, sin poder convencerse de que su antiguo colega, ese Salvador Allende que ellos habían conocido durante tantos años de chuchoqueo político había entrado ya en los libros de historia, conversaban sobre él y comentaban episodios de su vida junto a anécdotas sabrosas; como que no querían convencerse de que ya no estaba ahí con ellos. En un momento le tocó la palabra a Héctor Valenzuela Valderrama, que hasta hacia poco había sido diputado. Mientras me dormía entre esas sábanas impregnadas con la humedad de la costa, -ya era tarde-, contó que Allende había sido un político hábil y rápido. Recordó cómo en una ocasión, cuando se encontró con él en los pasillos del Senado (todavía no llegaba a ser Presidente de la República) le recomendó un libro que recién había leído y que le había gustado, indicándole un poco la trama y el desenlace del relato. Cuan sería la sorpresa de Valderrama, cuando esa misma tarde, a las pocas horas, Allende se largó con un florido discurso donde citó el libro, y trató al autor del relato como si hubiese sido su compadre o uno de sus autores entrañables (!).

Como decía, en esos años uno los veía hablar y conversar sin imaginar jamás que uno de ellos llegaría a ser nuevamente una figura relevante en el futuro de Chile. “Voy a ver a Patricio”, me decía mi papá. O de repente era Patricio que llegaba a verlos con su señora. Sin entender mucho de la vida, uno los percibía como perdedores, con algo de linaje y un poco de historia, pero unos fracasados, sin futuro. Recuerdo claramente el día en que me encontré con Patricio Aylwin en la verdulería de Algarrobo, y recuerdo que hicimos cola juntos, antes de pagar. Por timidez no lo saludé y no le di mucha pelota, pero él me miraba intrigado. La verdad es que no sabía cómo saludarlo, “hola tío” o “cómo está, don Patricio”. El tenía un billetito arrugado en su mano igual que yo.

Pero dentro de todo ese ambiente de “políticos retirados” ocurrían hechos esporádicos que insinuaban un potencial cambio en el “status” de estos aparentes fracasados. Recuerdo, por ejemplo, cuando un amigo de mi padre, un gringo del Servicio Exterior de USA (amigo de Ken Guenther, un antiguo paciente de mi padre) lo llamó por teléfono porque estaba de paso en Chile y quería conversar con “políticos”. “¿Conocía a alguien, con que le pudiera conversar, para informarse mejor de la realidad chilena?” Y así fue como llegó Patricio Aylwin a la casa a conversar con el gringo. No recuerdo su nombre. Mi padre simplemente los dejó conversar por varias horas solos en el living….. de manera que desgraciadamente tampoco me pude enterar sobre lo conversado.

Y así fue como Aylwin continuó siendo y portándose como siempre, incluso cuando ya era presidente. En uno de mis viajes a Chile, recuerdo que era Noviembre del 92, fuimos por el día a Algarrobo. Siempre me ha gustado ver o caminar por esos lugares que un día tanto conocí para compararlo con lo actual. Ese día en Algarrobo estaba casi todo vacío, era un día de semana, y esas calles de arcilla, los eucaliptos, la Iglesia, los boliches del pueblo se parecían a lo de antes, a lo mejor por el efecto de la poca gente de ese día. Y ahí fue cuando manejando por esas calles pasamos a ver la casa de “Patricio”……. y como estaba abierta, entramos. Afuera había solo un auto de carabineros. Era el día de su cumpleaños y estaba celebrándolo con su señora, alejados del ajetreo de la Moneda. Me dejó filmarlo con una cámara de video, pero fui yo el que me puse nervioso y no supe qué decirle. Ni siquiera le deseé feliz cumpleaños…. pero al menos, esta vez lo saludé. Pocos días después mi padre me diría: «Con Patricio, mijito, Chile saldrá del subdesarrollo,» recuerdo que me lo volvió a repetir mientras caminábamos por la vereda vacía. Ya se había cruzado el chaquetón y yo lo seguía a su lado. Casi le creí cuando lo escuché, o tuve grandes deseos de creerle. Tiempo después supe que su amigo, Aylwin, lo pensaba nombrar ministro de salud, algo que no ocurriría porque fue vetado por el partido socialista y por la responsabilidad que le atribuyeron por el trato dado al doctor Asenjo, su antiguo mentor y jefe, al ser despedido con una patada en el trasero el 11 de Septiembre del 73. Años después, en el ocaso de su vida, y mientras Chile continuaba construyéndose trabajosamente un futuro promisorio, mi padre confesaría con tristeza:

-¡Pinochet nos jodió a todos!

 

Recuerdo que cuando Aylwin ya había terminado su mandato, llamaba como un ciudadano cualquiera a mi padre, sin intermediarios de secretarias o ayudantes. Muchas veces le contestó un despistado que cuando escuchaba que un tal Patricio Aylwin llamaba por teléfono, simplemente le cortaba después de largarle una pachotada graciosa ….. o a veces insultante.

Me he acordado de esos años ahora que murió Aylwin. ¿Qué es lo que aprendí de todo eso que me tocó vivir? Entre muchas otras cosas prendí y comprobé en carne propia “las vueltas que nos da la vida”. Lo importante que es saludar y darle la mano a alguien sin fijarse en los cargos, en su importancia o rango. Lo importante que es conversar y genuinamente interesarse en esos aparentes fracasados de turno, a los que aparentemente viven en los márgenes, a los poco exitosos que uno se topa en los trajines de la vida…….. como me ocurriría a mi en esa tarde veraniega de Algarrobo, en una verdulería vacía y desamparada. En cada uno de ellos hay un poco de Aylwin escondido.

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