Último capítulo de «Como un Suspiro»

Este es el capítulo final de «Como un Suspiro». Son solo 8 páginas de un total de 570. Este capítulo final me resultó al escribir la contribución anterior que titulé «Algarrobo». Ese texto breve me dio la clave para ponerle la última tachuela a esta «autobionovela» (nombre sugerido -o prestado- por Miguel de Loyola). Los primeros capítulos se pueden leer en una contribución anterior, en este blog, de Febrero de esta año, titulada «Como un Suspiro.

A mí me hicieron varias insinuaciones de algunos trabajos, pero realmente no tengo mayor interés. He aceptado un cargo que me gusta y me satisface, porque en realidad es más que todo una distinción ser médico del presidente de la República

Me da tristeza leer la siguiente carta de mi padre, pero creo que añejó bien, que ha resistido el paso de los años, y eso es bueno. Tengo la impresión que mi padre la escribió sabiendo que la volvería a leer 29, 30 años después –en un invierno de Michigan- para ver cómo resultó todo, o como quedaba retratado él después de transcurrido tanto tiempo. Siempre tuve la impresión que ese tema le preocupaba a mi padre, la opinión que guardaríamos de él a medida que pasaban y morían los veranos de Algarrobo y los años. Eso le importaba. Lo recuerdo consciente de su legado, de esa instantánea que se esmeraba en dejar por ahí, escondida, encubierta y diseminada entre sus hijos e hija. ¿Sería un buen retrato final el que tendríamos al recordarlo?

Un detalle que también me gusta en esta carta, es el uso que hace de una palabra que ya apenas recordaba: “bellaco”, eres un “bellaco”, como me responde al leer una carta que le había enviado con algo de intriga y de misterio:

Santiago 5 de abril de 1990

Querido Cristiancito

Espero que tú, Pilar y Camila se encuentren bien de salud y gozando de relativa tranquilidad y contentos. Ayer recibimos tu larga carta, que irónicamente la desarrollaste como una narración entre espeluznante y policial. La empezamos a leer y nos das un golpe al mentón, diciendo que te han despedido y que no tienes nada seguro todavía; después, a medida que pasan los días, nos das noticias cada vez mejores, hasta que al final nos dices que has firmado un nuevo contrato.

Respiramos tranquilos y contentos, pero bellacamente, como al pasar, copias un papel que habías dejado olvidado en el bolsillo de tu pantalón y ahí nuevamente salta la duda si estás o no estás con un nuevo contrato. Por eso ayer mismo te llamamos por teléfono para conocer la realidad. La verdad es que yo desde el principio pensé que era una “broma” tuya para dejarnos metidos con tu carta…….bellaco.

Su amigo claramente ocupaba la presidencia de la República:

Novedades: muchas y pocas. La mamá te envía hoy la grabación de dos casettes con las principales noticias de la transmisión del mando. Nosotros fuimos invitados al Tedeum de la Catedral, a la fiesta del Estadio Nacional, a la recepción en el Palacio de la Moneda, y a otra recepción en el Palacio Cousiño. Todas estas invitaciones se han hecho por indicación del Presidente de la República, y como amigos personales de él. 

Claramente llegaban otros tiempos y su amigo, pese al nuevo poder, no cambiaba mucho y porfiadamente se esmeraba por vivir de manera sencilla:

Patricio sigue igual que antes, no se le han subido los humos a la cabeza, y sus amigos siguen siendo igualmente sus amigos. Sigue viviendo en Arturo Medina, su casa de siempre. No ha querido cambiarse a una mansión. Cuando sale en auto, va obligado con una escolta de radiopatrulla y dos autos de protección; no va con sirenas ni algarabía, respeta todos los semáforos en rojo, y mucha gente se extraña de tanta sencillez. Es el reverso de la medalla del dictador que oprimía al país.

Resulta fácil imaginar que mi padre podría haber aceptado otras y nuevas responsabilidades:

A mí me hicieron varias insinuaciones de algunos trabajos, pero realmente no tengo mayor interés que mi trabajo en neurocirugía y de Presidente de la Clínica Indisa.

Pero más que nada accede a un cargo como para aceptar algo:

He aceptado un cargo que me gusta y me satisface, porque en realidad es más que todo una distinción ser médico del Presidente de la República. Yo y otros tres médicos somos los que tenemos la responsabilidad de su salud y estar al alcance ante cualquier urgencia. Si sale lejos de Santiago, uno de nosotros, los médicos, va en la comitiva presidencial.

Y es así como acompaña a don Patricio en alguno de sus recorridos por el país, pero no con demasiada frecuencia porque otros médicos lo disfrutaban más:

El fin de semana pasado -viernes, sábado y domingo- fuimos a Pucón, Villarrica y Temuco. Se desarrolló una gran actividad, inauguración de policlínicos, inauguración de Convención de Jueces de Chile, y donde Patricio pronunció un discurso que recién está teniendo profundas consecuencias, esbozándose una crisis entre Gobierno y Corte Suprema. También se hicieron visitas a poblaciones modestas, visitas a la Gobernación, Alcaldía, Obispado, etc. En todas partes Patricio fue recibido con inmenso cariño. Los tres días llovieron, pero eso no fue obstáculo para que la gente en todas partes lo esperara, aunque fuera para verlo pasar. Realmente es emocionante ver tantas esperanzas puestas en él. Él me ha dicho que siente una terrible responsabilidad de no defraudar a la gente y poder satisfacer las inmensas necesidades de nuestro pueblo.

Yo estoy trabajando bien en Indisa, haciendo gestiones para un plan de expansión y construir una torre de 12 pisos con 120 camas.

Se entusiasma con la idea de que mi hermano y yo regresáramos a Chile. Se abrían oportunidades:

Estoy feliz con la noticia que el permiso de trabajo va caminando bien y que en el transcurso de este año podrás tener la residencia definitiva en USA. Creo que esta es una etapa previa para programar cualquier otra cosa a futuro. Pienso que sería importante que después de obtener tu residencia te dedicarás un tiempo a la electro-metalurgia o algo que tenga que ver con el cobre, porque en ese campo hay muchas posibilidades en Chile. Todo el problema de los minerales y las investigaciones relacionadas con ellas puede abrirte campos importantes. Recuerdo el caso de Alexander Sutulov que era jefe del CIM (Centro de Investigaciones Minero Metalúrgicas). Esto es un pensamiento suelto, pero que se podría ver a futuro. La universidad no tiene campo en Chile, solo puedes llegar a profesor con un sueldo de hambre y vivir amargado.

Yo me estoy moviendo para que Gonzalito tenga algún puesto de acuerdo con su preparación e intereses en Canadá; ¡ojalá resulte!

Y resultó:

¡Última hora! (viernes 6, 11:30) Acabo de recibir un llamado de Alejandro Foxley comunicándome que es muy, muy probable que Gonzalo sea nombrado Agregado Comercial de Chile en Canadá. Alejandro Foxley, como tú sabes, es Ministro de Hacienda, de mucha influencia y que conoce a Gonzalo. Quiera Dios que todo resulte bien.

Y termina su carta con noticias varias:

“Patatín”, el hijo de Mónica estuvo enfermo con diarrea y vómitos y fue necesario hospitalizarlo en la Clínica Alemana. Gracias a Dios está totalmente recuperado.

La mamá y yo pensamos, si es posible, ir a verlos en julio próximo. Estaríamos una semana en Cleveland y otra semana en Montreal. Acá hubo cambio de hora, se atrasaron los relojes una hora. ¿Ustedes han modificado el horario? Está haciendo algo de fresco y han caído las primeras lluvias. El smog es muy intenso así que hay restricción vehicular. El 20% de todos los vehículos no pueden circular una vez por semana.  

Acá todos estamos bien de salud, recordándoles mucho a ustedes. El próximo fin de semana Alberto y Aída van a Algarrobo y la Mónica está invitada donde la Patty Pareto porque un niño de ella está de cumpleaños.

Saludos cariñosos y un abrazo muy apretado a ti, Pilar y Camila.

Juan

Fueron otros tiempos y de muchas esperanzas. Mi padre era un convencido de que los grandes problemas de Chile se irían resolviendo bajo la atenta mirada y esfuerzo de su amigo. El subdesarrollo simplemente se evaporaría, eso imaginaba mi padre. Es interesante comprobar cómo relató los viajes en tercera persona, y enlazándolo con algunas fotos donde se le notaba el rostro pasmado, como obligado a salir en el retrato, a empujones, un convidado de piedra en ese círculo de colaboradores que acompañaban a Patricio Aylwin. Nunca le pregunté cómo se refería a su amigo frente a los extraños; ¿lo hacía como señor presidente?: 

Claramente fueron otros tiempos, tiempos que recuerdo como postales antiguas, seriales ingenuas como “Bonanza”, o inocentes como “Hawai Cinco Cero”, o “El Santo”, o tiempos más duros como la Enciclopedia Salvat, de páginas lustrosas a la entrada de nuestra casa en Santiago. Fueron tiempos entretenidos, como el turno de los juguetes a cuerda y made in Japan, que eran percibidos como cacharros baratos. Tiempos donde el aburrimiento era demasiado común y donde crecer parecía algo imposible porque los años eran eternos, otros tiempos donde me resultó fácil presentarme como un bellaco, un bellaco en el tiempo de los bellacos.

He llegado al final de este relato. Ya no me quedan cartas de esos años porque llegó la Internet y dejamos de escribirnos, y las cartas se extinguieron poco a poco. Ya he contado todo lo que he logrado preservar; pero todavía cuelga una tremenda incógnita, una duda. Imagino que alguien me la arroja casi con violencia:

– ¿Se te pasó todo muy rápido, Cristián?

– ¿Cómo?

– ¿El tiempo, se te pasó todo muy rápido?

Le suelto las manos a mis dos hijas, a Camila y Sofía que me acompañaban. Y recuerdo a mi tía Oriana cuando por carta me hizo esa pregunta que parecía inofensiva, pero que me llegó con un tremendo chanfle:

¿Aunque tú estás empezando tu vida, me podrías dar una idea para el final de ella?  

Me quedo mudo, callado, veo volar un picaflor mientras repaso mis decisiones, mi matrimonio con Pilar, mi salida de Chile, mis silencios. Creo escuchar una melodía de Leo Dan, pero solitario, silencioso, sin mi madre al lado manejando ese Chevrolet aletudo y rojo. La recuerdo a ella, pero sola, siempre solitaria y con sus cafés con leche, sus cafés con leche tibia y tendida sobre su cama grande y sola, amplia, fría, en su departamento ubicado en los pisos altos, amplios de un Santiago ruidoso que se colaba por los ventanales; recuerdo sus cánceres, recuerdo sus enfermedades, sus molestias, sus vértigos, sus ropas, sus pieles, sus guantes, su soledad, y sobre todo ese descariño final, ese silencio, ese desencuentro final.

Veo a mis hijas que se alejan con el Copo. Caminan felices por nuestro vecindario. ¿Tendrán sus manos tibias? ¿Será esa la otra y verdadera herencia de mi padre?

Lo veo a él, a mi padre, recostado sobre su cama, recuerdo el pijama que lucía pocos días antes de morir, antes de que le llegara su fecha de vencimiento, veo su radio portátil, amarilla, donde escuchaba sus anhelados noticieros porque finalmente algo importante y bueno ocurriría. No me queda otra alternativa que responder lo mismo:

-Como un suspiro….

Pero nadie me escucha. Mis hijas están lejos, pasean con el Copo. Nadie me pregunta nada….

¿Qué más he descubierto? ¿He llegado al final de este relato y qué puedo decir?

He descubierto que todo se repite, y que cambiamos poco. Incluso este año, en 2022 tenemos otro plebiscito en Chile.

¿Extraño Chile?

Poco, pero extraño el murmullo del oleaje a la orilla de la playa de Algarrobo, o en la Playa Grande, esa música tranquila que escuchaba cuando ya era tarde y caminaba sobre la arena húmeda, ya casi sin luz, y bajo un cielo que comenzaba a inflarse de estrellitas titilantes, hasta que repentinamente notaba que me había quedado solo, tremendamente solo, aunque caminara bien acompañado.

Y a ella, a mi madre, la trato de recordar sin rabia, pero ella aflora con un descariño doloroso. ¿Llegará eso a transformarse en rabia? Espero que no. A ella la asocio con la casa de Algarrobo, que a veces, también, asocio con nuestra antigua tele. Como ya lo había escrito antes, ocurría así (nunca es tarde como para intentarlo en otro texto): partíamos con mis padres en un fin de semana cualquiera, en ese Chevrolet rojo, aletudo, y que ahora solo veo en los shows de autos históricos aquí en Detroit. Llegábamos después de varias horas al balneario. Era un viaje largo y tortuoso, y donde al pasar por Isla Negra, veíamos la casa vecina a la de Neruda, que habíamos arrendado un verano, antes de que mis padres construyeran la casa de Algarrobo.  Recuerdo con felicidad unos patos que entraban y salían de la propiedad a través de un hoyo en el enrejado. En ese tiempo Neruda era un vecino cualquiera que escribía versos, todavía no había ganado el premio Nobel.

Al llegar a nuestra casa se me acentuaba esa sensación de lejanía cuando encendíamos la tele, un aparato de plástico, un Motorola, que captaba una señal muy débil. La pantalla gris repentinamente se nos llenaba de puntitos blancos que pronto se evaporaban cuando captaba algo de afuera, una señal anémica, misteriosa que me llenaba de felicidad. Esa señal me empujaba a soñar porque me hacía sentir lejos, aislado, como si estuviera en otro lado, casi escondido de la civilización. Mi madre todavía no se había perdido en los laberintos de una vejez triste y solitaria, agria, como esos vinos baratos que con los años envejecen mal. En ese tiempo todo era distinto, ella era joven y buscaba vernos contentos, felices, en una actitud que la llenaba de alegría cuando reíamos y celebrábamos todos juntos. Una amiga de ese tiempo, la recuerda en un e-mail que me mandó después de leer una sección triste de este relato, donde cuento sobre mi madre ya anciana, ya marchita, con esa actitud poco generosa que mostró pocos años antes de partir:  “…..me acuerdo de nosotras muy chicas en Punta de Tralca. Nos llevó tu mamá. Ella vestía una túnica o caftán, y allí, en la playa, con los brazos bien abiertos y mucho viento gritaba, ‘quiero ser feliz’ mientras nosotras saltábamos de gusto sobre la arena. Qué feroz es la vejez y la muerte de los padres.” Lo triste es que después, con los años, todo eso cambió, crecimos, nos hicimos adultos, y como que empezó la competencia, hubo barreras entre nosotros, se interpusieron otras gentes, otras familias que ella no había escogido ni aceptado, como nuestros amigos y parejas. Y pronto, demasiado pronto, ella se avinagró. La vejez se la llevó hacia otro lado.

Encendíamos la tele, y ese pequeño mundo nuestro, santiaguino, hacía su entrada en Algarrobo, pero cuidadosamente, con filtros, con una nieve de puntitos blancos, titilantes, que nos entregaba la pantalla. Me gustaba luchar contra esos tamices, contra esa señal mala. Movía la antena, la orientaba, le colgaba un alambre (que antes había sido un colgador de ropa), y a veces funcionaba, nos dejaba ver El Santo, Los Invasores, o Hawái Cinco Cero, seriales populares en esos años, y que nos llegaban como desde otra dimensión. Después, y con el tiempo, eso también cambiaría, y ya no hubo problemas para escuchar muchos canales y de todo el mundo. Y ahora desde Michigan, a veces, y en días de tormenta, la señal en nuestra tele empeora. Mis hijas condenan, Camila se enoja, Sofía la apoya, y llaman al servidor, pero a mí me ocurre lo contrario, disfruto de ese desperfecto. Mientras ellas tratan de solucionar urgentemente ese problema, yo lo saboreo, me gusta la mala señal, porque imagino que nuevamente estamos lejos, distantes, que nadie se ha movido. Y entre sueños y alucinaciones, entre los reproches de mis hijas, entro nuevamente a mi casa de Algarrobo, -una casa que sentía como mía- y veo a mi madre anciana, disminuida, sentada sobre una silla roja, de fibra de vidrio, pero que sonríe al verme. Salimos en un auto, un Honda gris, hacia Punta de Tralca donde al llegar, veo que se saca sus zapatos y empieza a saltar de gusto frente al mar y mucho viento, y me grita que ha sido feliz, “he sido feliz, Cristián”, y que está contenta, dichosa, como en esos años de Algarrobo. Vuelvo a ver esos patos que entraban y salían de la propiedad a través de un hoyo en el enrejado, un hoyo en el espacio y en el tiempo, y me saco los zapatos y la acompaño, me largo y corro contra el viento sobre la orilla de la playa, me mojo los pies, la ropa, y grito a pulmón abierto que quiero ser feliz.

FIN

Cristian Fierro

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