Así empecé una carta que les mandé a mi madre contándole sobre la visita a un departamento de un amigo, Jaime Moya, que también estudiaba en Berlín en ese tiempo, donde sacaba un doctorado. Con él habíamos sido compañeros en la Universidad de Chile. Fue una linda sorpresa cuando me topé con él, por casualidad, en una calle de Berlín. No sé lo que será de él ahora, 34 años después. Lo contactaré por LinkedIn para saber qué es de su vida y le mandaré esta carta con algo de retraso. Será como iniciar otro experimento, un experimento adentro de otro experimento, que es esta autobiografía. Me gustaría darle las gracias por la comida, los riñones que nos preparó, aunque sea con 34 años de atraso. ¿Se casaría con Maritza, su amiga que nos acompañó esa noche? ¿Regresó a Chile? No lo sé, no lo sé, Jaime. Pero regresando a mi padre, lo interesante es que tuvo que empezar varias veces la carta porque no entendía nada, pensaba que finalmente a Cristiancito se le habían “pelando los alambres”. Pero no cuento más, no digo más, mejor mostrar la carta:
Martes 3 de Diciembre 1985
Querida mamá
Ellos caminábamos sobre la calle húmeda por la lluvia fuerte de la tarde, yo quizás pensaba y se preguntaba hasta el cansancio qué estaba haciendo lejos de Pilar, lejos de Chile, de ti que estás enferma, de ustedes, de esas noticias tristes de Santiago, de Arica a Magallanes como dice una especie de himno nacional. ¿Existe todavía el Colo-Colo?
Cristián subió a esos buses de dos pisos, y caminé rápido alcanzando un asiento con vista panorámica, el mismo donde una vez te invité a subir a ti mamá, y vio esa ciudad húmeda y fría, un poco gris de ventoleras. Partió el bus y empecé a pensar en una carta donde él escribiría y contaría, junto a un narrador imaginario, todo lo que yo iba viendo, viendo sin Pilar, sin sus padres (los de Cristián), y sin sus hermanos (los de Cristián). Y ese narrador imaginario serían entonces ustedes, serían Pilar, mis amigos, mis hermanos, esos que ya se casaban y engendraban hijos que yo no conocía; y como dije antes sería también ella, que quizás justo ahora se agacha en un laboratorio de Cleveland a recoger un tornillo, ese escondido sobre el suelo de madera, ahí, sí, casi lo veo. Más a la derecha, ahí, ¡justo! Porque en Cleveland también existen suelos de madera como en Chile, quejumbrosos, como que lloraran, y que una vez por semana alguien se encarga de encerar y darle brillo.
Era un día sábado y el departamento de Jaime, Jaimito como le decíamos los amigos quedaba como a media hora en esos buses que Cristián usaba, tiempo suficiente como para pensar en una carta. Jaime se había levantado resfriado esa mañana, pero de todas maneras se arropó con lo que tenía a mano para tomar el ascensor, llegar al primer piso, y llamar a Cristián diciéndome que todo estaba bien, caf, caf, que ya estaba mejor. Caf, caf, que no, que mejor que no, le dije yo, y él que sí, caf, caf, que fuera nomás, que los riñones los tenía listos, Caf, caf, que los sabía preparar, caf, caf, que había trabajado en una conservera donde los enlataban, así que me animara y fuera, que fuera nomás. Tomé el bus diez, ese que pasa a una cuadra de su departamento, en Clay Alle, una avenida amplia donde también a veces pasan autos de hemipléjicos junto a los tanques y camiones de basura. Su departamento queda muy cercano al muro y a un cerrito construido con todos los escombros de la guerra.
Corro a la puerta de un aluminio frío y triste y buscó el apellido Moya Donoso, porque Moya, solo, nadie lo sabe pronunciar. Ya se le reventaba la vejiga, lo que hacía más emocionante esa búsqueda. ¿Y si no lo encontraba? ¿Reventaba, reventaría la vejiga? Sí, aquí, soy yo, Jaime, dime, ¿cual es tu piso? ¡El quinto! Ya, el quinto, ¡voy al tiro! Cristián lo saluda, encuentra el departamento lindo, muchas plantas, una rica radio, y por fin, cuando cree que han pasado unos buenos dos minutos, le pregunta por el baño. ¡Tan educado, el pobre!….nunca aprende, aunque parece que son solo apariencias…
Llama a Maritza, otra chilena que vive en el piso de arriba. Estaba estudiando, dice ella. Trabaja como Postdoctora en la Universidad. No quiero regresar a Chile, le dice a Cristián, que recibe esa noticia sin sorpresas. Fui en Febrero a Chile, dice, recorrí las universidades, mis amigas….un desastre. Y mi familia, ¡para qué te cuento! Conversamos sobre los primeros meses, cuando ellos llegaron sin hablar una pepa de alemán. A mí casi me adoptan, dice ella, tapándose la boca, escupiendo una risita, pero después se queda triste. Está triste, está triste como el día, como un niño a pie pelado, pero al hablar se ríe, y veo en ella a todos los que están bien lejos. Un matrimonio de alemanes solos, sin hijos, dice ella, tomó en serio la sugerencia de Maritza cuando ese día entró frustrada a su laboratorio y dijo: tengo problemas con mi visa, ¡necesito que alguien me adopte! Así de simple. Y lo dijo como al pasar, riéndose, y antes de sentarse en su escritorio. Una semana después dice Maritza, unos colegas me invitaron a comer donde me propusieron, después de una esplendida cena, una solución final, incluso ya habían hablado con el abogado: me adoptaban, dice ella, mientras prueba el vinito chileno y los riñones…están tan ricos, Jaime, le digo. La nombraban heredera y sin obligaciones de vivir con ellos, aunque eso era preferible, y solo una condición: tendría que cuidar de ellos cuando llegaran a viejos. Y ella, qué muy agradecida por el gesto, qué muchas gracias, pero que sus padres lo más seguro no la dejarían, y ellos que sí, que sí, que incluso podían ayudar a sus papás en Chile. Y parece que no los ofendí, me dice. Él, nos cuenta, cuando llega del trabajo, dedica su tiempo a limpiar el polvo de unos soldaditos de plomo que él mismo pinta y mantiene como colección. Tiene también las murallas tapizadas con locomotoras de juguete, chicas, chiquititas, de colección, y que nunca saca de sus cajas por temor al uso, al desgaste, a la vejez. El problema es que cuando ellos te invitan, a cenar, dice ella, tú no te puedes retirar hasta que ellos te lo digan. Y la casa está repleta de televisores, aparatos eléctricos, tocadiscos, sorpresas que usan baterías; pero cuando Maritza les pidió un televisor prestado, bajaron al subterráneo para sacar uno en blanco y negro, pequeño, empolvado por los años de silencio. Increíble. Sí, que increíble, le respondo. Jaime, tus riñones estaban deliciosos. ¡Y para qué decir el vino, el vinito!, pero ahora tengo que partir, Pilar quizás me llame por teléfono y tengo, además, cantidad de ropa sucia que lavar. No, tú no te vas, me recuerda Maritza, tú no te puedes retirar hasta que nosotros te digamos. Por suerte intervino, Jaime. Bueno viejito, me dice él, acuérdate que aquí las puertas están siempre abiertas. Cuídate Jaime, cuídate tu resfriado, digo yo. Sí, viejito, sino es nada, caf, caf….si ya se va.
Y Cristián llegó a su departamento y por supuesto no hizo nada, no lavó la ropa, pero sí llamó a Pilar que estaba en Cleveland. ¿Te desperté? Sí, pero que rico que llamaste, dice ella. Y se dicen cosas que el narrador ni yo quieren escribir…hablan corto, sale caro. Luego toma el libro “Desde El Jardín”, de José Donoso, lee por un rato y empieza a escribir esta carta-experimento que ojalá les guste, ¡porque ese narrador imaginario a veces dice cosas que yo no diría nunca!
Ahora que termino la carta, al día siguiente de que Cristián visitara a su amigo, Jaime, ¡estoy profundamente resfriado!, pero no me quejo, eso le ha permitido reescribir la carta y entre sueño y sueño terminarla.
Mamá, ¿cómo está tu salud? El próximo año, si me resulta un trabajo más estable, yo te mando un pasaje para que nos vayas a ver a Cleveland. Espero también contar con un departamento más cómodo y grande para que estés más independiente. ¡Gracias por el lindo libro con las cartas de Neruda! Hoy cuando me levanté como saliendo de una cueva, calzoncillos largos, tres camisetas, parca –como una abuela- me gustó encontrar junto a las cuentas del teléfono, esa sorpresa tuya. Luego me acosté de nuevo, con algunos intermedios, para terminar la carta. Dime cómo la encuentras. Mario Vargas Llosa ha escrito de esa manera; incorporando al narrador. Cuando lo leí casi me volví loco, me sentí viejo, rechazando esas “novedades”, y me confundí como le ocurría al tata cuando le enredábamos la manguera antes de regar nuestro jardín. Se producen confusiones, pero creo que resulta. Cuando empecé la carta con “ellos caminábamos”, “ellos” es el narrador –tercera persona- que me acompaña y que los representa a ustedes, a mis amigos, o los hermanos. Y esa frase la interrumpo de inmediato, y sin ninguna transición, al usar el verbo “caminábamos”, donde ahí soy yo el que retoma nuevamente el control para contar lo que sucede. Encuentro que la carta resulta más noticiosa, ¿o no? Léela de nuevo.
Del resfriado estoy bien, ya mañana me levanto, y tengo de todo en el refrigerador, que tengo que deshielar también mañana.
Un abrazo de tu hijo Cristián
……A Cleveland parto el 17 de Diciembre y regreso el 5 de Enero. Salió como 500 dólares.
Cristian el experimento del desdoblamiento quedó genial. Me gusta tanto como escribes. Un abrazo
Gracias! Como te contaba es como si Ignacio, todavía vivo, lo pudiera leer…..