Vivir con un Recuerdo
Los grandes terremotos ya no me impresionan. Viví el primero a los nueve años y caminé entre los escombros que después supe cubrían los cadáveres.
Las atrocidades de la naturaleza nos hacen dar gritos de espanto, pero no nos alcanzan con esa puntada en el pecho, ese escalofrío que nos recorre el espinazo cuando observamos en apenas unos minutos toda una vida.
La muerte de un hijo es una tragedia cruel, la más penosa que le puede ocurrir a una mujer; sin embargo, el tiempo cubre ese sufrimiento de la misma manera con que se cubren las heridas sangrantes, tapándolas con vendas, forrándola. En cambio, los hechos pequeños, realidades apenas advertidas, apenas adivinadas, secretos pesares, como maldades del destino, remueven en la profundidad de nosotros mismos todo un mundo de dolorosos pensamientos que a veces los años y el tiempo no pueden cubrir. Los sufrimientos morales, tan complejos como incurables, tan vivos como profundos, persisten en hundirnos en un mar depresivo, amargo, como un desencanto imposible de alejar.
Recuerdo un hecho hondo, pequeño, palpitante, como si lo viviera ahora mismo. Ya tengo cuarenta años, pero entonces no era más que una chiquilla, una niña algo soñadora sumergida en la filosofía y en la historia. En ese entonces no me gustaba compartir con mis compañeros el café de la escuela, ni me interesaban los alborotos al terminar las clases. Me levantaba temprano y recorría el parque solitaria camino a la escuela. Los jóvenes de ahora ya no parecen caminar bajo los árboles, ¿verdad? El parque era como parte de un bosque olvidado, con claros luminosos, y las avenidas anchas y rectas de los costados fueron mis preferidas. Grupos de flores crecían aquí y allá, y algunas abejas doradas zumbaban al sol de la mañana. A menudo me sentaba a contemplarlas, y gozaba el sosiego de ese mundo.
Una mañana no fui la única. Un viejo flaco y encorvado, reescribía y recopilaba páginas afirmando las hojas sueltas sobre sus rodillas. Me interesó la enigmática postura del anciano. Lo espié durante horas escondida entre el macizo de plantas de la orilla. Me alejaba finalmente silenciosa, esperando no ser vista, cuando repentinamente el anciano me llamó por mi nombre: Ximena, Ximena. Por un instante me paralizó la sorpresa. De inmediato sus ojos vivos parecieron palpitar al entregarme sus hojas manuscritas. A los pocos minutos, sentados ya muy juntos en la piedra helada, comencé a leer. En lenguaje pomposo explicaba en pormenores el trabajo y los problemas que habían tenido un grupo de personas. Mientras leía, el miraba hacia los lados, inquieto de que alguien más conociera su secreto. Me sentí turbada, intrusa, al conocer las humillaciones que el pobre viejo había sido víctima, hasta ser obligado a jubilar de su propia empresa, una empresa dirigida por él durante 25 años.
-Y para que sepas hijita –me aseguró- esto lo publicaré bien corregido, y entonces ellos sentirán vergüenza de lo que hicieron, vergüenza, y me devolverán mi trabajo.
Un ligero viento desprendió de mis manos la última página de su manuscrito. Los hechos narrados estaban fechados treinta años atrás.
Ese viejo, escribiendo su defensa tantos años más tarde, me tortura, y ese recuerdo se me ha quedado adentro como una herida sin curar.
Mi abuelo era un hombre sereno, tranquilo. Gustaba pasar sus horas leyendo en su sillón preferido frente a la chimenea y a su silenciosa biblioteca. ¿Por qué lo encontré escribiendo esa mañana? ¿Por qué esta herida no se cura? No lo sé. ¿Lo sabe usted?
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Que bien escrito está ese cuento de mi madre. Toca dos o tres temas que me picanean, me rasguñan: primero, el transcurso inexorable del tiempo y la memoria; segundo, los recuerdos indelebles…. y tercero; como no, esa herida que no cura nunca, que se esconde, y que uno a veces logra cubrir con trámites, con obligaciones, con tareas, con gatos, pero que siempre está presente y duele. Me gusta ese dolor final del cuento, esa como irreversibilidad dolorosa con que se nos presenta la vida. Encuentro además que el relato está bien escrito porque narrador es invisible, el ego de mi madre no se encuentra por ningún rincón del relato. Está claro que ese texto lo escribió porque algo le molestaba, le dolía, y no lo hizo para lucirse frente a Alone, el venerado crítico y amigo, o frente a sus conocidos, o frente a sus hijos, es decir no lo escribió para asombrarnos; ella está invisible. Al relato tampoco le faltan ni le sobran palabras; está escrito con lo justo y sin esos fuegos artificiales innecesarios que distraen, que te roban, te sacan del relato. Y uno al final queda remecido por ese paso inexorable del tiempo (¿hacia la muerte?) y donde se regurgitan costras hirientes, desencuentros.
No cabe dudad que mi madre escribía bien, y por eso mi crítica; ella pudo, ella debió escribir mejores y numerosos relatos, y fue una lástima que no lo hiciera, y no para publicar o hacerse conocida, o exitosa, o famosa; simplemente que hubiese escrito más para que su memoria perdurara otro poquito entre nosotros, entre sus hijos, entre sus nietos y nietas. Como decía antes, pese a su talento, no se tomó esta disciplina en serio y perdió ella y perdimos todos.
Por e-mail, mi querido tío Lalo comenta la nota anterior. Escribe lo siguiente:
Cristian
Me cayó bien tu mamá. Es auténtica, simple en apariencia pero profunda en el decir. Tal vez un poco adelantada a su época, pero admirable en su vitalidad. Me gustó “tu, en otro momento histórico, con una visión formada en USA”. Me da la impresión que no llegaste a fondo con ella, pero a mí me gusta su carta.
Un abrazo
Lalo
A mí también me gustó la carta de mi madre, tío Lalo. De manera que recordándolo a usted aquí va otra, y rodeado de gatos y rescatada del subterráneo de la casa, del subterráneo de las historias de familia, del subterráneo de los recuerdos. Dígame si lo lee junto a sus amigos en la cafetería del Jumbo mientras comparten un «ave palta». O a lo mejor la lee solitariamente y mientras se filtra el ruido de la calle, pero con un café caliente en la mano y justo cuando un niño chico corre y se golpea la cabeza al lado suyo. Creo que la carta ensambla bien con la anterior. La copio sin censura previa, imaginando que ya, a estas alturas, nos podemos considerar todos muertos (como escribía mi amigo Ignacio Carrión), o casi muertos, o casi moribundos. A estos niveles de la vida nuestro libro ya está escrito y está abierto, y no lo podemos reescribir aunque tratemos, aunque hagamos trampa; ya no vale la pena escondernos más. Espero nadie se ofenda:
Querido Cristiancito Santiago, 21 de Julio de 1982
Esta es la tercera vez que te escribo sin poner la carta al correo. Una ya está muy añeja; y la otra y esta, van junto a las revistas que te envío.
Estoy preocupada que estés con poca $. ¡No sé como puedes vivir con 500 dólares al mes! El mes pasado tu papá te envió un cheque por doscientos dólares. Es poco. Hubiéramos querido mandarte más, o lo que te dije por teléfono, pero aquí la recesión va y los enfermos no pagan porque tampoco tienen $. Aunque con la nueva consulta estamos más optimistas (otra vez tuve que acarrear muebles al centro). Solo gastamos en lo indispensable, en muebles. Claro que del traslado se encargó Juan… y está bien contento con el resultado. Creo que se me va al hoyo mi viaje a Palma en Septiembre, era mi sueño. No tanto por $ sino porque tengo que acompañarlo. Es difícil ver la llegada del retiro. Ahora pidió permiso sin sueldo otro mes, mientras le sale la jubilación. El pobre se siente desambientado. Me da ternura, y es muy duro sentir que hay cosas que ya no se vivirán.
El clima en la casa ha mejorado. La nueva empleada es serena y sabe su trabajo. Está contenta. Tiene tres hijos grandes y una chiquitita de cinco años. Mónica (mi hermana) volando entre un trabajo y otro, siempre asegurando que le va a ir mal. Es demasiado perfeccionista, y baraja al mismo tiempo demasiadas ideas sin decidirse por una, y hasta última hora.
Ha sido bueno inscribirme en el Taller Literario. Me ha entretenido conocer gentes tan diferentes; hay una bióloga, un abogado, una estudiante, y un técnico en electrónica. La única sin profesión soy yo. La semana pasada comimos y bebimos dos botellas a la hora de almuerzo arreglando el mundo en la Sociedad de Escritores. Y lo que me ha pasmado es que mis cuentos los han encontrado tan buenos que el conductor del taller me ha dado orden de enviarlos a un concurso literario argentino. Te envío los cuentos. Me he dado cuenta que es lo más fácil escribir, me largo nomás y después quito lo superfluo. Hay gente que escribe regio en el taller y solo una lo hacía tipo novelita rosa, pero ahora descubrí sus poesías y eso sí que es bueno. Si continúo en esto, podría pertenecer a la Sociedad de Escritores no publicados. Hasta tienen una sigla y entregan sus manuscritos al grupo en tapas con dibujos….. estoy maquineando una novela. Lo malo es que tengo la obligación de escribir un cuento semanal, con el título que después te dan.
A Álvaro (hermano menor) lo siento como si fuera un extraño. Creo que vive muy presionado en la universidad, y siempre está preocupado. A veces pienso que somos jugadores frente al tablero de ajedrez y con solo referencias de cómo se juega; me gustaría que supiera que nada es demasiado importante como para vivir en continua tensión. Si puedes escríbele algo sobre lo que se te ocurra, que lo haga sentirse un poco más tomado en cuenta. El 30 de Septiembre es el cumpleaños de Mónica y el 25 de Noviembre el de Álvaro. Si puedes envíales algunas letras a cada uno…. (y dile a Gonzalo y Álvaro).
Albertito (hermano mayor) no ha escrito desde su vuelta de España. Los papás de Aída (esposa de mi hermano, Alberto) no fueron a Europa. Y no los he llamado ya que no dieron señales de vida para el matrimonio de tu hermano, Gonzalo. Les envié parte con invitación y los invité además por teléfono…
Mientras te escribo tu papá me pregunta cómo redactar un aviso del curso que va a dictar sobre neurocirugía en el Colegio Médico. Ahora para él soy una escritora…. ja, ja, ja (así es que no sé, ni qué te cuento).
Me tomaron presa el lunes y me llevaron a la 1ª comisaría, creo en Santo Domingo. Esperé que Juan se fuera al hospital a las 2pm, para ir con la Guillermina, la empleada, en mi Chevrolet a su consulta en el edificio Carlos V, llevándole plantas y otros detalles. Lo malo es que mientras la Guillermina cuidaba el auto en el paseo peatonal de Huérfanos, y mientras yo llevaba plantas, muebles, sillas y de “un-cuanto-hay” al noveno piso, me dieron las tres de la tarde. Se empezó a llenar el paseo de gente y no pude retroceder por Bandera, y preferí seguir por Huérfanos hacia Estado, y ahí me pescaron. Era un joven oficial, más otros de tropa que no sabían qué hacer. Se armó un círculo de gente, y la Guillermina, creyendo que las “canastillas” y los insultos que llegaban desde un edificio cercano eran para ella, les contestó igualito, con sus “canastillas” propias, gritos y sacadas de madre. Preferí despacharla bien apurada para que llamara por teléfono a Juan para pedirle auxilio. El oficial no sabía qué hacer en medio de la trifulca. Habían fotografiado la patente del auto, a él, y a mí por suerte no, por estar adentro del auto. Y el vehículo de carabineros no llegaba nunca y se acumulaba más gente. El pobre con su walkie-talkie reclamaba y pedía refuerzos. Total, con un sargento adelante y otro bien sentado atrás, yo misma me fui manejando a Santo Domingo. Media hora después salí libre y manejando mi auto. Las infracciones fueron: 1. manejar por paseo peatonal, 2. manejar con los documentos vencidos desde Abril (no lo sabía), y 3. no usar lentes al conducir. Pero funcionó perfectamente el mecanismo de los amigos….. como el ex capitán de Algarrobo que conocíamos. Juan me esperaba comiéndose las uñas en la casa y hasta se olvidó de su consulta. Estaba tan contento de verme enterita que solo se fue a su consulta después de tomar té. Los enfermos esperaron. Después me llamó desde su oficina. Le encantó el arreglo de plantas y la disposición de muebles (esa tarde iban a llegar más de 40 detenidas, escuché que le decían al guardia…. y uno que ni sabe de eso por los medios de comunicación).
Ahora se armó un corto circuito en la pieza de Álvaro. El electricista hizo mal la instalación de un enchufe…. Juan duerme siesta, más tarde lo invitaré a dar una vuelta y te pongo esto al correo. Hay que hacerle más fácil la transición del hospital a su nueva vida. Es cuestión de tomárselo con “Andina”.
Escríbeme, y dile que lo hagan Alberto y Gonzalo (dos hermanos que también vivían en el extranjero). Juan espera cartas como el “maná”. Es tan dependiente de eso el pobre.
Te quiero desde aquí a donde te encuentres
Ximena
Para Terminar….y este epílogo es el mío:
¿Por qué me gusta escribir?
¿Por qué escribo?
¿Por qué cuento?
¿Por esa herida que no cura? ¿Por eso escribo?
¿Fue esa la herencia de mi madre?
No lo sé.
¿Lo sabe usted?