¿Por qué escribo estas notas? A veces siento que lo hago y las escribo pensando en los amigos, los sobrinos, sobrinas y amigos especiales, esos amigos que son casi parientes, y otros que ya están en otra parte, que han partido lejos, como Ignacio Carrión, que falleció, murió, pero que de todas maneras imagino leyendo por ahí, en España. Imagino que si ya no puede leer, al menos le abría gustado leer una de estas notas, algo así como un saludo tardío, trasnochado. A lo mejor por eso todavía se las mando por e-mail a Chus, su viuda.
Mi tío Lalo, tío por lo amigo, tío por lo cercano, tío por los e-mail que nos escribimos, y tío porque somos parientes por el lado de la Pili, me manda mensajes y cometarios a las notas que a veces lee. Tiene un grupo de buenos amigos que se juntan en un supermercado Jumbo para conversar y verse y contarse historias frente a un cafecito, un pastel de choclo o un sándwich de pernil. La última vez que fui a Chile me invitaron a compartir con ellos. Me encantó escucharlos en ese juego de mirar hacia atrás como riéndose del mundo, para después mirar hacia delante pero ya con más reticencia; todavía alegres, optimistas, y como si todavía tuvieran ese horizonte amplio, infinito, de un tipo de veinte años. Recuerdo que me gustó saber de un amigo de mi tío Lalo, un buen amigo de su grupo, que ya en el Hospital, en su lecho de muerte, se alegraba cuando mi tío le leía las notitas que le llegaban por e-mail. Me llenó de felicidad saber que se las llevaba a su amigo enfermo. Me lo imaginaba sentado en una silla, en un cuarto de hospital, leyendo, y ese amigo escuchando, y a lo mejor en sus buenos momentos, todavía transportándose hacia otros mundos por intermedio de la imaginación y las palabras. En un mensaje de hace pocos días, mi tío, me escribió….. “estás recreando una vejez interior hermosa acorde a tu “mate”, y eso es bueno. Yo me demoré demasiado en lo mismo. Cuando conversamos con los viejos (que tú conoces) coincidimos con lo tuyo. Por lo tanto es fácil deducir que llegando a los 60 afloran los análisis y los recuerdos maravillosos. No se te ocurra perder la memoria; es morir y caminar como un zombie. Tengo grandes amigos que están en esa situación horrible. La torta de la juventud ya la comimos, y ahora sin retorno, no queda otra que comernos la de la vejez, que tiene sus ventajas mientras no haya dolor y soledad. Un abrazo. Lalo”
Es interesante eso que muchas veces nos ocurre, esas vivencias o sufrimientos o soledades que percibimos como tan privados, son en realidad bien universales. Otro amigo me comentaba lo siguiente….” Veo la nota que escribiste respecto de tu familia que también es un poco mí familia. Son cosas que nos pasan a todos y las contamos poco. Así creemos que somos los únicos sufrientes en este drama humano. Me cuenta un amigo que perdió a su padre hace como un mes, que varias veces lo ha visto caminar por el centro, por las calles por donde iba a almorzar o a tomarse un café. Ha corrido a hablarle, ha corrido a saludarle y se ha dado cuenta en un flash amargo, que su padre ya murió hace pocos días.” Y, Patricio, otro amigo, me cuenta lo siguiente…. “curioso lo del departamento de Vicuña Mackenna en sus primeras cuadras, donde se ubican hasta hoy las dos edificaciones en las que transcurre tu relato. La Facultad de Química y el departamento de tía Maruza. Esas áreas han sido defendidas férreamente por el plano regulador de Providencia; tanto Vicuña Mackenna como el Parque Bustamante, que se ubica al oriente de este. El área esta tal cual y debes recordarla, nada se ha demolido ya que solo se puede reconstruir lo mismo, no hay riesgo de que eso se caiga. Han desaparecido tus tíos y nana, no así su entorno, menos tu recuerdo. Quizás otra pareja de viejos y su antigua nana viven en un departamento de parqué rojo-oscuro brillante, de cortinas pesadas y esa luz que solo dan las primeras construcciones de hormigón armado, de ventanas pequeñas y rasgos de muros anchos. Ahí cerca de una callejuela transversal, Almirante Simpson, hay un antiguo restarán/prostíbulo llamado “Casa de Cena” donde van viejos contadores e hípicos quebrados, algunos de la construcción. Cuentan que es otro mundo, su mundo, donde hay otro tiempo y otras costumbres; es como ir al caminito de Buenos Aires, locales con luz de tango. Voy con eso de que la memoria nos ayuda a mantener el rumbo de la vida, y que uno completa muchas veces lo faltante. Cuando los padres no están, uno vive una vida proyectada, haciéndolos vivir a ellos, acompañándonos, como viendo fotos antiguas de cuando éramos pequeños; ¿cuanto de recuerdo hay ahí, y cuanto es pura construcción de nuestra realidad? De seguro mi hija, hijos deben cruzarse con varias Maruzas y Pepes y nanas Teresas luciendo delantales mojados y lunares carnudos y peludos. Muchos de ellos buscarán aún a alguien conocido o parientes entre sus recuerdos que seguramente también han ido perdiendo poco a poco.
Un abrazo, ¡sigamos buscando!”
O a lo mejor es uno el que terminará paseando por esas calles, Patricio, o por otras calles, Patricio, viviendo en un país lejano y de otro clima, buscando y regresando a sus orígenes a medida que se quema el tiempo, a medida que se acorta el tiempo, transportándonos hacia esos tomates jugosos que un día me ofrecieron en el departamento de mi tía Maruza, empujándome hacia otro abrazo con Teresa, la empleada bigotuda que me apreciaba tanto, la empleada bigotuda que fumaba tanto, y a lo mejor en veinticinco años más –con suerte, con bastante suerte-, ya completamente trasnochado y rodeado solo de recuerdos, y leyendo unas notitas semanales que me manda alguien por e-mail, un amigo, ya rodeado de fotos viejas, desteñidas, rodeado de fotos torcidas donde veo a alguien que se parece a mi padre cuando chico, o a uno de mis hermanos cuando éramos pequeños, fotos robadas a tirones de algún álbum, me acercaré a darle un abrazo a un joven de 20 años, aquí en Michigan, en Ann Arbor, que encuentro parecido a alguien “de mi tiempo”, a alguien que veo en esa fotos, para hablarle de Teresa o de mi tía, para darle un abrazo sin notar que eso no se hace, que eso no es necesario porque el mundo se ha movido hacia otros horizontes, hacia las nuevas generaciones que lo intentan hacer mejor que uno -espero- o igual que uno –espero que no- . Pero el joven de chaleco de lana blanca, patagónica, se asustará al chocar contra mi lunar carnoso y peludo que ya no puedo disimular sobre mi rostro, que ya no me puedo afeitar, y dejará su celular a un lado para preguntarme bien nervioso, para preguntarme bien asustado, qué deseo, qué busco, qué me pasa. A lo mejor ahí me daré cuenta que he llegado al tiempo de la despedida, y que hay que darle el turno a otro.