La familia… o secretos de familia, o simplemente los secretos (II)

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“Corría Marzo del 2002 y a insistencia de tu padre, Cristián, fui a ver el mausoleo familiar en el Cementerio General. Está en la puerta de Recoleta, cerca del acceso y mirando al Cerro Blanco, desde el ingreso hacia la derecha. Fue comprado por Adelaida Puelma el año 1945. Es una edificación de color mortero gris, cubierta a dos aguas y rejas de fierro pintadas de color verde. Te adjunto las notas que tomé mientras tu padre, recostado, me dictaba los nombres. También te adjunto la ficha del mausoleo, donde se ven los sepultados. Está tu bisabuela, un Agliati, que pensé era el niño de la foto, pero no cuadrarían las fechas. Hay dos tíos tuyos, Juan A. Morales Puelma e Isabel del Carmen Morales Puelma. ¿Los conociste?”

                              Morales Puelma

 

Sí, a mi tía Isabel la conocí, Pato. Pero fueron saludos rápidos, donde uno se miraba a los ojos pero era poco lo que se podía decir, o era poco lo que se estaba permitido expresar. Mi hermano, Gonzalo, en la sección de comentarios de la nota anterior, menciona:…..”yo acompañé al papá a verla unas tres o cuatro veces cuando era niño. Ella estaba enferma de algo, y él la pasaba a chequear. Vivía en una casa de Ñuñoa. Yo veía que no había cariño entre ellos, y un día le pregunté al papá la razón de esa lejanía. Me contestó que cuando era niño chico él había tenido que irse a vivir con ella, y que siempre lo habían tratado de allegado, sin cariño, como una molestia. La tía Isabel nos ofrecía tomar once, y ofrecía jamón. El papá nunca lo probó o tocó. Yo tampoco, siguiendo lo que él hacía. Me contó que solo desde que se había recibido de médico el trato hacia él se mejoró; pero él nunca pudo olvidar las humillaciones que pasó. Cuando le mencioné que ella me parecía pobre, me respondió que tenía mucho, pero que no gastaba en nada. No supe nunca cuando murió.”

La ficha de sepultaciones que no miente:

Ficha mausoleo cara 1

Según la ficha de sepultaciones que muestro más arriba, Isabel del Carmen Morales Puelma -tía Isabel- falleció el 20 de Enero de 1992. Y yo también fui con mi padre (Juan Luis Fierro Morales) a verla varias veces a su casa, ahí en Ñuñoa, una casona de un piso, blanca y de jardín descuidado, con matas polvorientas; pero nunca hubo una visita como para sentarse o me ofrecieran café o un chocolate caliente. Tampoco percibí ese trato frío que describe mi hermano, Gonzalo. Creo, más bien, que ella me miraba sorprendida porque a lo mejor veía a mi padre, porque físicamente me parecía a mi padre, me parezco mucho a él. Pero verdaderamente “a ellos” no los conocí. Para mí esos parientes estaban vedados, había misterio, mucha lejanía, guantes. A veces los notaba, sobre todo a mi tía Maruza; pero fueron contactos esporádicos y bien medidos, como visitas legales y donde mi tía Maruza, la hermana de mi padre, se sobaba mucho las manos como para sentir otro cariño, ese cariño y afecto que tanto le faltó. Al final, cuando yo le cerraba la puerta de entrada –las pocas veces que nos visitó- se fue también apresurada y calladita a tomar la micro de regreso a su departamento ubicado en Plaza Italia, escondido en Plaza Italia.

 

“¿El de terno cruzado no será un Agliati, Cristián? El cadáver de N. N. Schwerter Warner es digno de ser investigado, según la cuidadora. Al visitarlo y hablar largamente con ella, que sabía mucho de quienes “están” ahí, me abrió el mausoleo y bajé incluso a la cripta. Capaz que lo hayas visitado y lo conozcas y estoy contándote una noticia antigua?”

 

No, no conocí nada de eso, Pato, y tampoco nada de lo que me cuentas es noticia antigua. Creo que el hombre tieso, a la izquierda de la foto, de terno cruzado es un Agliati, el que molestaba a mi padre, pero como dices tú es difícil saberlo ahora, cuando ya casi todos están muertos, y mezclados con un N. N. Schwerter Warner que también nadie conoce.

 

La cuidadora de nombre María Teresa, se enorgullecía de conocer las historias de los muertos de “su calle”. En ese entonces se veía de unos 65 años, y ya marchita. Al hablar con esa mujer -vestida con una “pintora cuadrille” azul y blanco, y sobre esa prenda un delantal blanco- dijo que N. N. era un niño. N. N. Schwerter Warner, y que murió en el 46; era un niño.

Estos cuidadores tienen encargados los sepulcros por calles, y a ella le correspondía la tercera de Tilo. Viven de un mísero sueldo y cobran a los deudores y visitantes para mantener limpio el lugar. Me sacó la cuenta y pagué algún monto. Ella me dijo, después de preguntarme quien era yo, que soy Patricio, le dije, yerno de Juan Fierro, hermano de Maruza. Ah, María, me contestó, “la más nueva” de aquí, insistió como sacando cuentas. Sí, Juan hace tiempo que no viene, y agregando en seguida, que averigüe, señor, averigüe sobre “el alemancito N. N”. Es un olvidado. Que averiguara bien quien era N. N. si estaba interesado en la familia. Imagino que quiso decir que debía develarse su historia y al menos saberse quien era, sacarle el N. N. Ahora algo más de 16 años después lo podemos hablar, en su momento lo pensé y al dejar la reja del “General” como le dicen aquí al camposanto, preferí callarlo y ni tocar el tema con tu padre. Nadie hasta ese momento había revisado el documento que te mando.”

Acabo de ver el día de otra visita –cuando lo hice solo- fue un viernes. Yo estaba vestido de terno. Le avisé a tu padre…pero me dijo que fuera solo, que le contara después.

 

El único que está enterrado ahí y que no es de la familia es María Teresa del Carmen Yordi de la Fuente, y claramente, al final de la página, se lee el permiso y una explicación….. “desde luego se autoriza la sepultación de María Teresa del C. Yordi de la Fuente”. ¿Y donde está la autorización para sepultar a N. N. Schwerter Warner? ¿Donde está esa explicación que llora a gritos? ¿Donde se puede leer…….”desde luego se autoriza la sepultación de N. N. Schwerter Warner?”

En ese momento Pato tampoco le consultó a mi padre sobre N. N. Schwerter Warner. A lo mejor no lo hizo porque mi padre ya se había levantado desde donde le dictaba, o a lo mejor porque lo notó más triste al recordar su vida, o a lo mejor se coló ese dicho de mi madre y le creyeron, le creyeron esa historia de que a los muertos no hay que molestarlos, “……hay que dejarlos tranquilos, Cristiancito”. Pato ya había conversado con la cuidadora pero no alcanzó a preguntarle nada más.

La cuidadora, María Teresa, fue un personaje bien pintoresco. Como nos cuenta más abajo, Pato, trabajó toda su vida en eso. Llegaba al abrir el cementerio y se iba por la tarde, aún está un kiosco de dos por dos metros, atrás de los mausoleos y cerca de una llave de agua y una acequia. Llegaba bien temprano por las mañanas y así lo hizo hasta pocos días antes de morir, cuando terminó juntándose con todos ellos, y donde finalmente llegaría a ser “la nueva de aquí”, “la nueva del lugar”, aunque fuera solo por un rato. Finalmente entró a ese lugar donde también hay casitas pequeñas, calles reducidas y rejas de entrada, y donde la gente los visita y se prepara para cuando los sorprenda el turno, el turno de ser “nuevos” por un rato.

 

Hola, Cristián, estoy trabajando en un monumento, postulo al monumento en honor a Patricio Aylwin. Es un proyecto complejo y multidisciplinario. Curioso; de los que estamos en este concurso, el único que lo vio de cerca soy yo. Almorcé varias veces con él en Algarrobo, cuando se juntaba con tu padre. Estoy estudiando los pliegues de los ropajes de las estatuas en el cementerio. Aproveché de pasar a ver a la señora del mausoleo Morales Puelma pero se murió. Se llamaba María Teresa. Ahora su hijo, Luis, está a cargo de todo, y solo los fines de semana. Me contó que una señora María Luisa es la única heredera que visita el mausoleo cada tres meses. Ella le da diez mil pesos cada vez que va y le deja el vuelto. Tiene su sepulcro reservado en la cripta, el de la izquierda superior. Es pariente de un Morales, según dice, Luis. Me dio su número de teléfono para que la llamara y sepa de ella. Es muy viejita, según dichos de Luis. Al preguntarme por qué venía al mausoleo, le dije que por Juan, hermano de María Josefa (mi tía Maruza). Se ubicó inmediatamente.

 

Uno llega a una edad donde las explicaciones más descabelladas ya tienen sentido. Y creo que he llegado a puerto, creo que llegué finalmente a tierra firme. Ya se me han quitado los mareos, tantas dudas y el misterio. Saquemos la cuenta, juguemos con los números. Según las fechas que nos muestran las tumbas, mi tía Maruza nació el 6 de abril de 1915. Imaginemos que ella tuvo ese hijo prohibido, un borrón, a los 18 años. Eso nos trasladaría al año 1933. Sabemos que N. N. Schwerter Warner murió en el 47, y cuando todavía era un niño. ¿Qué edad tendría N. N? Aproximadamente 14 años (1947-1933 = 14). Es decir un niño; la sugerencia de la cuidadora calza, llora, y adquiere nombre y apellido.

 

Al conocer todo esto, noto que la amargura de mi tía Maruza ahora alcanza un sentido nuevo, y la entiendo, como que todo se me aclara con N. N. atribuido a ella, “el alemancito” N. N. Schwerter Warner abandonado ahí; probablemente un primo mío. Ahora entiendo por qué nunca hubo una Navidad juntos, nunca un paseo juntos….. y nunca una visita a la rápida y sin juicios certeros, lapidarios. Mi tío Pepe Agliati (marido de mi tía Maruza), por ejemplo, jamás entró a nuestra casa, ninguna vez. Y la abuelita María, la mamá de mi padre, tampoco, nunca nos visitó, jamás entró a nuestra casa. Yo era niño y simplemente acompañaba a mi padre y la pasábamos a ver a su departamento ubicado cerca de Plaza Italia, eso fue todo. Tampoco nunca recuerdo a mi madre tocando el botón de entrada en ese departamento. Recuerdo que al entrar, el brillo del parqué y el silencio de los cuartos contrastaba con el bullicio y el polvo de la calle, en Avenida Vicuña Mackenna al llegar a Plaza Italia. Ella siempre estaba en cama y le contestaba a mi padre todas las consultas relacionadas con los remedios que estaba tomando, o las horas en que se los tomaba. Su cama era alta, enorme para un niño chico como uno. Estaba construido de una madera oscura y que brillaba (ahí adentro muchos objetos brillaban). Tenía una cómoda robusta y lustrosa, y cubierta con más remedios y más adornos chispeantes. Mi hermano Alberto me cuenta que ahí guardaban unas castañuelas que ella, en sus buenos días, supo usar como una experta. Me encantaba una ardillita enana de piel café, que después de muchos años y algunas visitas, me la puso entre mis manos para regalármela. A veces también veíamos a la hermana del papá, mi tía Maruza, que como escribía antes, cuando me veía me hablaba de Dios, del niño Jesús y me saludaba haciéndome la señal de la cruz sobre mis labios y la frente. ¿Habré tenido algún parecido físico con N. N. Schwerter Warner? ¿Se lo recordaba? En contadas ocasiones estaba presente el tío Pepe, el marido de mi tía Maruza, porque los dos vivían ahí, ahí se movían, ahí “se topaban”, pero no eran realmente un matrimonio. Él fue un tipo misterioso que nunca me habló, que jamás me dijo una palabra, y que me miró siempre desde sus alturas. Fumaba mucho. Al regresar a casa después de una de esas visitas, cuando ya íbamos en el auto, recuerdo que mi padre me comentó, con algo de sorpresa, que mi tío Pepe había estado simpático. Pero me lo dijo con alivio, acaso imaginando que felizmente no había sucedido nada malo, ningún incidente, ningún drama o griterío en ese departamento silencioso, limpio y de parqué brilloso y crujiente. Creo que le dije algo, pero no recuerdo bien, había mucho misterio, silencios, había muy poca felicidad escondida entre los muros de ese departamento, sobre ese parqué lustroso que engañaba, y yo me quedaba mirando a través de las ventanas del auto sin saber cómo explicar todo eso. Pero ahora encaja, me lo explico, finalmente ensambla la tristeza de esa tía mía.

Con mis padres siempre me sentí como navegando entre dos aguas, pero siempre le creía más a mi padre, sobre todo cuando estaba solo y sin la influencia de mi madre a su costado.

A lo mejor si voy de visita a Chile, al Cementerio General, y me recuesto donde se recostó mi padre cuando lo visitó junto a Pato, cuando ya su propia muerte le hacía rosquillitas y lo saludaba, y si uso nuevamente el celular para calcular el número 14 como lo acabo de hacer ahora en Michigan, a lo mejor me sorprenderá otro número, o a lo mejor no me resulta….. pero no lo creo, no es posible, no veo otra explicación viable.

¿De qué murió el “alemancito” N. N. Schwerter Warner? Eso nunca lo sabremos. Pero esta tragedia de un niño desconocido, forzado a ser abandonado en un rincón, transformado en un borrón sin nombre, solo con dos apellidos extranjeros, y sin fecha de nacimiento para ocultar que era todavía un niño, explica la tremenda tristeza de esa pobre tía mía. Eso explicaría también sus llegadas apuradas a nuestra casa, como pidiendo permiso para entrar de improviso, iba pasando y se me ocurrió venir a verlos, me decía. Siento que si me hubiese ocurrido algo parecido a mí, parecido a lo que le ocurrió a mi tía, habría hecho lo mismo que ella, me habría comportado igual que ella, habría tratado de ir porfiadamente a la casa de Avenida Suecia 1521 aunque nadie me convidara, y habría apretado con el dedo índice el timbre de bronce sobre el muro, en la entrada de esa casa, aunque nadie me hubiese invitado, y me habría sobado las manos como lo hacía ella, y abría entrado como lo hacía ella, aunque no me recibieran, aunque no me miraran, y a lo mejor lo habría hecho con la esperanza de que alguien -parecido a Juan, ¿parecido a N. N?- me abriera la puerta de entrada, y me recibiera en esa casa, me invitaran a pasar. Y a lo mejor a mi padre, adentró del auto y cuando íbamos de regreso a casa, le habría comentado que no, que el tío Pepe no me habló, nunca me habló, papá, y que algo no encajaba bien. ¿Qué le pasó, papá? ¿Qué ocurrió? Cuéntame sobre el N. N. Pero a esa edad uno no se lo imagina, no lo cree posible……… y “el alemancito” N. N. Schwerter Warner todavía no se había aparecido –después de tantos años- para mezclase en nuestras vidas.

2 comentarios en “La familia… o secretos de familia, o simplemente los secretos (II)”

  1. El tío Pepe era médico general, y trabajaba en un hospital público. Nunca tuvo dinero, y nunca lo vi sonreír, nunca.

    La abuelita Maria estaba enferma en cama desde que la conocí. Súpe por nuestra madre que tenía un problema al mesenterio.
    Que habrá sido de esos animalitos de zoológico, de cristal de colores, con los que a veces nos dejaba jugar. En un tierral, hechos mil pedazos ?

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