Las burbujas

Abro el laptop y le mando por e-mail el progreso de estas notas a mi tío Lalo para que me mande su opinión:

-Te reitero, con el baúl de papeles amarillentos que tienes debes escribir tu novela ficción antes de que te falle el cuesco. Me encantó tu correo. Pero tómatelo con calma, aun eres un pendejo, cuando tengas 70 o más años, te encontrarás de pronto que eres un viejo de mierda. Es cuestión de que te mires al espejo, cosa que yo no hago desde hace mucho tiempo.

Siempre me pregunto como debe haber sido vivir en los zapatos de mi padre en esos años, en el período marcado entre los años 1970 al 90, y sobre todo 1973 al 80, o quizás, para ponernos un poco más exquisitos y con más ají, entre septiembre del 73 y pocos días después del golpe militar. Ya anciano y pocos días antes de morir, -y esto ya lo he escrito, pero nuevamente florece y sale en la escritura como pidiendo una nueva versión, una nueva intentona porque lo que ha resultado antes parece no haber alcanzado lo imaginado, como que siempre me he quedado corto frente a las expectativas, me he censurado, no me he atrevido a tocar la carne cruda- pero como decía, cuando mi padre ya estaba anciano, me confesaría con un dejo de tristeza, de años que le dolían:

-Pinochet nos jodió a todos, mijito.

Yo lo miré, y por qué dices eso, papá, has hecho una buena carrera, parece que le dije; pero entonces él me miró como si ya hubiesen pasado muchos años, como si ya estuviésemos todos muertos y enterrados, eternos, y me miró como entendiendo perfectamente que le estaba “vendiendo una pomada”, pero no me lo dijo, y apenas escuchó mis explicaciones mientras yacía en su cama y probaba un poco de jugo de naranjas. Una ventisca fresca se coló por el ventanal del cuarto y nos hizo mirar hacia afuera. Sin encontrarme la razón sobre el destino de su carrera, sobre el éxito o el fracaso de su carrera médica, se sentía anciano y derrotado, al margen del mundo, sin mucho que decir mientras levantaba sus brazos y se acomodaba un almohadón en la cabecera de su cama.

 

En esos años, los años 70, la sociedad chilena estaba tremendamente dividida, y a nuestra familia le ocurrió algo parecido, estábamos fragmentados. Fueron tiempos en que la tensión no se disipaba, simplemente crecía y no tocaba fondo.

Mi padre no fue partidario de Salvador Allende, pero su jefe y mentor, Alfonso Asenjo, si lo fue; fue no solo partidario, pero amigo y compadre de Salvador Allende. De manera que llegado ese 11 de Septiembre de 1973, Asenjo fue removido de su cargo como director del Instituto de Neurocirugía –el Instituto que él había fundado- y mi padre aceptó el puesto, reemplazando así a su jefe y mentor.

Años después, escuchando una entrevista que le hicieron a Leonard Cohen, en un DVD que compré en Barnes & Noble, recordé a mi padre. Es un tributo que le hicieron en el año 2005 (Leonard Cohen: I’m your man), donde artistas y cantantes le rindieron homenaje, cantaron y donde al final lo entrevistaron. Es ahí cuando habla de un general indio que dispuesto a la batalla, divisa en el bando opuesto a parientes, tíos, amigos y además a sus educadores, gente que lo habían formado a él personalmente. Este general le pregunta entonces desolado a Krishna, un representante de la divinidad, qué hacer, qué hacer ahora, maestro. Y este le responde: “tú nunca resuelves las circunstancias que te han llevado a este momento, tú eres un guerrero, tú estás regido por las circunstancias que yo he determinado para ti. Anda y cumple con tu deber: se guerrero.”

Y mi padre así lo hizo, fue guerrero y reemplazó a su mentor sin mayores miramientos mientras muchos médicos le quitaban el saludo por golpista. Imagino la tensión tremenda por la que atravesó mi padre en esos años; para algunos sobreviviendo como un ambivalente, o para sus enemigos declarados como un “chueco”, sin ser realmente de izquierda ni tampoco de derecha, es decir con amigos y enemigos en los dos rincones del espectro. Para otros, a lo mejor se paseaba por el mundo como un desleal y un traidor, o como un amarillo, sin realmente abrasar un compromiso verdadero. Teníamos parientes militarse que llegaron inicialmente a nuestra casa…… y que a veces –cuando salían a la calle- casi se topaban con los “ex” políticos de entonces, amigos de mi padre como Patricio Aylwin y Radomiro Tomic. Recuerdo con cariño que mi padre se preocupó sobre cómo lo veríamos nosotros a futuro, sus hijos, y creo que esa imagen precipitó que a los pocos años, en 1977, renunciara a la dirección del Instituto. Los odios y desencuentros con Asenjo, sin embargo, no dieron nunca tregua. En un congreso de Neurocirugía celebrado en Europa, coincidieron en el mismo Hotel donde se produjo un hecho bochornoso y que solo hace pocos años mi madre me lo confesaría. Estábamos en su departamento hablando de esos años, viendo fotos, cuando sin mucho motivo me preguntó si acaso yo lo sabía. Saber qué, le pregunté. Y ahí fue cuando me dijo que Asenjo, después de hablar con los organizadores del Simposio, los había obligado a mudarse del hotel donde se celebraba la conferencia a otro distante, lejano y periférico. Fue tremendo, me dijo mi madre, cuando ya podía hablar sin rabia. Pero la venganza de mi padre no se hizo esperar porque al llegar de regreso a Chile contactó a periodistas amigos para que divulgaran su participación en esos dos eventos refiriéndose a ellos como un gran éxito nacional. En Septiembre, en el diario Las Ultimas Noticias del jueves 29 de Septiembre de 1977, por ejemplo, se publica una noticia sobre los dos Congresos de Neurocirugía a los que asistió mi padre. Con grandes halagos lo mencionan como el delegado chileno en representación del Ministerio de Salud, que presentó con gran éxito trabajos en el XI Congreso de Hidatidosis celebrado en Atenas, y después en París, en el Congreso de Cirugía de Urgencia. En el titular del periódico se anunciaba lo siguiente: “Importante participación de Chile en dos Congresos Internacionales”.

En el artículo lo mencionan como jefe del Servicio de Urgencia del Instituto. Mi padre ya había renunciado a su dirección, y ese era el otro motivo por el que trataba de promocionarse: lo tenían en la mira porque si alguien no estaba con ellos –con los militares- estaba indudablemente contra ellos, era un contrincante, un enemigo al que había que remover. Había renunciado al cargo para dejar en su lugar al doctor Reinaldo Poblete, y se defendía contra los embates por aniquilarlo que provenían de uno y otro sector político.

Esos fueron años dramáticos, y donde siempre llegaban a la casa gentes de variados rincones del espectro político, de izquierda y de derecha. El común denominador de muchos, fue que parecían vivir sus días y sus horas de manera intensa. Recuerdo que a pocos días de ocurrido el 11 de Septiembre, llegó a visitarnos a nuestra casa, como un escolar cualquiera, René Silva Espejo, el todopoderoso director de el diario El Mercurio en ese entonces. Y pese a todo lo que algunos pudieran imaginar, este hombre de derecha, terrible enemigo de Allende, se portó como un buen tipo, quería saber cómo estábamos nosotros y cómo estaban mis hermanos. En otra ocasión, cuando mi madre lo encontró caminando frente al periódico, y ella hizo un amago de parar el auto para saludarlo, él le advirtió urgentemente, “siga manejando, siga manejando, no se detenga, no pare.” Lo vigilaban a él también, constantemente.

Recuerdo claramente un nombre, el del coronel Parodi, que trabajaba en inteligencia en la Fuerza Aérea. Estaba asignado al Instituto y me parece que fue él quien descubrió un principio de incendio que se produjo en los pisos altos del Instituto donde saltó las rejas de entrada para investigar. Supe que en algún momento no se entendió bien con mi padre porque lo amenazó con detenerlo. Si no me cree, entonces lléveme preso, parece que le dijo mi padre. Fue en esa época que me enteré también por mi amigo Alejandro Parodi que “a tu papá se lo quieren cagar, Cristián”. Así lo dijo, sin rodeos y como haciéndome el favor de amigos contándome la firme mientras estudiábamos química. Imagino que el coronel Parodi tiene que haber sido su pariente, y de los cercanos; en Chile todos estamos relacionados por parentescos, y sobre todo si llevamos el mismo apellido. Decidí no mencionarle a mi padre ese mensaje porque él ya lo conocía; imaginé que era seguir el juego. Y tampoco le dije nada a mi amigo Alejandro, simplemente lo escuché, lo miré, y fue algo así como cuando uno ve que ya se viene la tormenta y es mejor prepararse, tomar nota, protegerse…… o partir de Chile, emprender vuelo, ¿hacia USA?

 

Como decía, en esos años a mi padre le llegaban palos desde muchas direcciones. Había tensión en nuestra casa. Con el paso del tiempo siempre me pregunto, ¿qué habría hecho yo en una encrucijada semejante? Un primo nuestro, que trabajaba en el servicio de inteligencia de Pinochet, por ejemplo, se divertía cuando pasaba a vernos y le servíamos tecito. Ahí, mientras probaba galletitas y se limpiaba la boca con una servilleta blanca, pasaba revista a todas las conversaciones telefónicas que había escuchado de mis padres durante esa semana. “Así que son conocidos de los Aylwin, tía?,” le decía a mi mamá muriéndose de la risa, haciéndose el pícaro, el inteligente, y escupiendo por casualidad restitos de galletas. “Y habla harto con la señora Olaya (Tomic), tía, ¿cierto?….. y para qué decir algunos curas jesuitas.” Y uno lo miraba casi sin creer que eso se pudiera hacer. Me pregunto si yo le habría servido también tecito con galletas a mi primo. No tengo pasta de héroe; y lo más probable es que le habría ofrecido no solo tecito, pero un asado con tecito, torta con tecito, lo que tuviera a mano con tecito. Imagino que lo dejábamos entrar más que nada para conocer los peligros, o lo que nos podría suceder en el futuro.   Un día después de sus continuos comentarios sobre las llamadas telefónicas a la casa de Aylwin, mi madre le sugirió, “diles que yo soy su amante”. La idea le pareció brillante. En efecto, los asuntos del sexo nada tenían que ver con la política.  Y así fue como mi madre quedaría catalogada en los archivos como “la amante” no solo de Aylwin, pero de varios renombrados políticos de oposición y no la molestaron más. Mi madre incluso se lo contó a su amiga Leonor Aylwin (ya convertida en primera dama) tiempo después…..  parece que lo consideró seriamente y no le causó ninguna gracia.

Creo que mi padre se libró y nos libró a todos nosotros de una tragedia grande. Siempre me he preguntado cómo lo hizo, cómo sobrevivió siendo un tipo tan conflictivo para las autoridades de turno. Imagino que notó flaquezas en el otro bando, personajes que también miraban descontentos hacia otros horizontes pese a formar parte de las autoridades de turno. Sé de un coronel que le decía derechamente a mi padre que formaban un buen “team”, como insinuando yo te ayudo ahora para que tú me ayudes después. Creo que mi padre lo ayudaron también los fuertes contactos que tenía con la embajada de USA en Chile y sus servicios de inteligencia. Todo comenzó cuando atendió a la esposa de un funcionario de la embajada después de un tremendo accidente de autos; pero ese es tema para otra nota.

 

Poco antes de que mi padre falleciera, no supe ver con suficiente claridad los motivos por los que me pedía con urgencia que le arreglara un texto que me había mandado por cartas, y donde escribía sobre su desarrollo como neurocirujano y sobre su especialidad. El neurocirujano Pablo Donoso, su colega y hermano del escritor José Donoso, ya había publicado una especie de Historia de la Neurocirugía en Chile, en la Revista Chilena de Neurocirugía. A su vez, el doctor Gustavo Díaz ya estaba escribiendo su propio libro (Historia de la Neurocirugía en Chile), que publicó hace pocos años. Mi padre pretendía escribir su versión de cómo había ocurrido todo, pero no me lo dijo claramente. Recientemente me enteré que poco tiempo antes, en el año 1996, el doctor Reinaldo Poblete, que mi padre había escogido para reemplazarlo como director del Instituto en el año 1977, había sido nombrado Maestro de la Neurocirugía Chilena….. pero no él, no mi padre……. Creo que por esos motivos él trataba de escribir su propia versión de cómo había ocurrido todo, pero desgraciadamente lo que yo alcancé a escribir no resultó («Historia de la Neurocirugía en Chile y una Despedida», en Amazon), y no funcionó porque el tono de lo escrito no fue académico, y estuvo encausado más bien hacia la autobiografía y la novela que hacia esos textos áridos y sin sabor que enfatizan lo técnico, lo impersonal, o la noticia autorreferente…… pero que es justamente la que se publica en círculos académicos y que no lee nadie.

 

En el sitio Internet del Instituto, se menciona que “el impulso que Asenjo le dio a la neurocirugía chilena se vio interrumpida en septiembre de 1973, cuando fue exiliado a Panamá. Desde entonces se posó en Chile un estancamiento en su desarrollo, para transformarse hoy en una especialidad más de la medicina y su instituto ha sobrevivido angustiosamente durante muchos años.” Y como se escribe en la editorial de la Revista Chilena de Neurocirugía (Vol 1, No 1, 2012 pagina 10) Asenjo fallecería el 29 de Mayo de 1980, “sin volver a pisar los cimientos de su amado Instituto de Neurocirugía e Investigaciones Cerebrales”.

 

Recuerdo la última vez que vi al doctor Asenjo. Había acompañado a mi padre al Instituto y me quedé esperándolo en el auto, frente al edificio en el estacionamiento. Y estaba en eso, esperando, cuando llegó el doctor Asenjo para revisar su auto; al menos eso creo porque lo recorrió mirándole las ruedas, y pronto regresó hacia el Instituto. No lo saludé y él tampoco dijo nada, pero me miró y yo lo miré atentamente. Ya faltaban pocos días para el golpe militar. Una vez que se produjo y volaron los aviones, siempre lo recuerdo mirando las ruedas de su auto, o inspeccionándome a mi, el hijo de Juan Fierro, o las ruedas del auto del papá. Recuerdo que cuando el doctor Asenjo falleció, ya de regreso en Chile y después de varios años de exilio, muchos médicos llamaron a mi padre pidiéndole que por favor asistiera a su funeral. Fue una seguidilla de llamadas telefónicas de último minuto, urgentes…… y mi padre, sin titubeos, -urgentemente también- a cada uno de ellos les dijo que no, hasta último momento se negó y no asistió a su funeral. Todavía recuerdo ese teléfono, el clic de ese teléfono amarillo, la mano de mi padre levantando el fono, y después su rostro, inmutable, cuando volvía a contestar que no…

 

¿Quién fue mi padre? Cuesta dar una respuesta clara y completa cuando uno se refiera a los padres, pero siempre me he topado con amigos y conocidos que lo recuerdan como un buen médico. Mi querido amigo, Mauricio Valdivia, por ejemplo, ex compañero de colegio, me lo cuenta por e-mail. Es un mensaje simpático explicando que él, Mauricio, nunca ha sido médico, como yo había creído inicialmente:

“El vínculo de «matasano» que me asociaste es bien simple, Cristián, mi madre, (QEPD), trabajó como Dama de Rojo en el Instituto de Neurocirugía por más de 35 años. Oír hablar de la eminencia del Dr. Juan Fierro y sus aciertos, era un clásico y una costumbre en mi casa, a extremos  que mi padre miraba y escuchaba casi sospechosamente.”

Y continúa:

“Una vez que me pegué un «conchazo» de esos grandes en la cabeza, fui a dar donde tu padre, quién cariñosa y paternalmente le bajó el perfil, una radiografía, TEC de cuidado, dormir de por vida con almohada de plumas y un comentario silencioso: cabro: lo de huevón no se te va pasar nunca, no es culpa del golpe.”

 

Pero intentándolo nuevamente: ¿quién fue mi padre? ¿Quién fue tu padre, Cristián? Creo que los padres serán siempre un misterio porque pertenecen a un universo paralelo donde a veces y solo en contadas ocasiones nos tocamos. Por eso al fallecer ellos, uno como que continua el diálogo, como que sigue en comunicación porque nuestra burbuja sigue ahí; pero ya no existen los contactos locales, los roces, las conversaciones, y solo queda ese misterio que se mueve adentro de nuestra propia burbuja que se queda inútilmente esperando a que la toquen. A lo mejor escribir y recordar es un intento fallido por intentar recrear esa otra burbuja que se fue. Como escribe Eduardo Halfon …..”al escribir sabemos que hay algo muy importante que decir con respecto a la realidad, y que tenemos ese algo al alcance, allí nomás, muy cerca, en la punta de la lengua, y que no debemos olvidarlo. Pero siempre, sin duda, lo olvidamos.” Desgraciadamente algo así ocurre con mi padre. Todavía veo su burbuja, la imagino, la trato de tocar, casi la toco, muy cerca, pero siempre, sin duda, se me esconde.

2 comentarios en “Las burbujas”

  1. Notable. Dificulto que alguno de todos mis amigos pueda hacer una descripción tan detallada del tiempo y las personas mencionadas, como si hubieran ocurrido ayer y «apenas» han transcurrido ya…..50 años !!!

    Claramente deben darse condiciones especiales, una memoria envidiable, una capacidad para describir en forma amena detalles sabrosos que nos marcaron a todos y…………un padre que con su estilo intransable y recto, trasciende hasta el día de hoy, dejó un legado dentro de la profesión de la medicina y……….salvó muchas vidas.

    El doctor Juan Fierro dió vida y mucha, otros, de la misma especialidad, se dedicaron a buscar la muerte, en la oscuridad de sus mentes enfermas.

    Me quedo lejos con personajes como el citado en primer lugar. No tengo compromisos, cercanías ni empatías pendientes con nadie, solo reconocimiento con la verdad.

    Semanalmente disfruto con tus notas, pero esta ha sido una de esas selectas.

    un abrazo para ti Cristián.

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