Dos días antes de partir hacia Chile.
Aparentemente Santiago está con clima de otoño, y algo frío. En el celular cambiamos las temperaturas hacia grados Celsius para empezar a climatizarnos al nuevo ambiente y al clima de Santiago.
Desde el aeropuerto en Atlanta
Después de recorrer cada rincón de la casa logramos ubicar al Diego, nuestro gato «oso» , después de que se escondiera al notar el torbellino de actividad que despertaban nuestros preparativos de viaje; realmente no lo encontrábamos por ninguna parte. Sólo después de llamarlo varias veces salió de su escondite y lo pudimos agarrar. En el trabajo todo bien, o más o menos bien, porque a nuestro jefe le van a tirar las orejas por un problema que causó. Y hasta aquí llegamos en las explicaciones porque al final no tengo ningún deseo de perder la pega. El mundo es chico y al final todos nos terminamos conociendo «la historia».
La Pili desenreda unas lanas mientras otro vecino habla por teléfono tratando de solucionar unos problemas con el agua y un sistema de refrigeración (?). Al frente, unos gringos debaten sobre dónde queda el Starbucks más cercano. Se ve bastante gente y por todos lados están usando celulares. Realmente le achuntó el pobre Steve Jobs. El único problema es que a veces suenan campanitas y ruidos que uno identifica como viniendo del celular acarreado en el bolsillo. La vecina le comenta a la Pili algo relacionado con la lana, y si yo pensaba ayudarla (?).
En la Gate 26 ya nos empezamos a topar con chilenos y sus conversaciones intermitentes. Algunas son sabrosas; su hija que llamaba por teléfono y siempre terminaba llorando, le escucho a una vecina. No podía ver a su pequeña hija después del divorcio, pero al final se la pudo llevar a Chile. Al frente tenemos a una guaguita que se toma feliz la papa preparada por su mamá que hizo malabares con unas botellitas de agua. Me acuerdo de cuando éramos jóvenes y viajábamos a Chile con nuestras dos hijas. Por las ventanales del aeropuerto siempre estaba mi padre haciéndonos señas. Ahora tampoco estará el papá de Pilar, el Nono. Detrás mío una señora se queja de las FP’s (?).
Desde el aeropuerto en Santiago, Chile
La llegada al aeropuerto fue lenta. Policía internacional estaba colapsado por el equipo olímpico de esquiadoras de USA que venía a entrenar por dos semanas a Chile. Portillo parece que tenía poca nieve así que partían hacia el sur. ¿Y cual es su récord de velocidad?, le preguntó la Pili a un gringo musculoso. «Noventa millas por hora», le respondió sin inmutarse. Llevan sus propios cocineros y múltiples entrenadores. La Pili le preguntó por el vino, si podían probar vino. Y el gringo le respondió con una sonrisa: «solo pisco sower».
La cola de recién llegados se extendía como una cuncunita por el salón de espera del aeropuerto. Afuera se veía un océano de gente repletando cada metro del espacio abierto. Y por los ventanales se veía caer una llovizna lenta, que se tomaba su propio tiempo y ritmo para darle un aspecto triste a ese día gris de fin de semana santiaguino.
Desde Santiago
En la casa de mi hermana probamos unos ricos panes con queso, jamones, y también el triste espectáculo de la vejez de mi madre. Fue criada para otro mundo -y aquí puedo parecer injusto…..¡peligro!- pero fue criada con una mochila de apellidos contundentes y nombres de fundos que en otro tiempo abría puertas y rompía cerraduras. No digo que ahora eso no ocurra, pero la vejez le ha resultado como un cambio de apellido; ya no le abre puertas y no le rompe ninguna cerradura. La vejez la ha obligado a moverse y a girar alrededor del propio ombligo, lo exterior cada vez lo percibe entre penumbras y pareciera que lentamente fuera cerrando las persianas. El mundo gira y gira en torno a ella y nada más.
El domingo por la mañana el día floreció con un gran sol que nos mostró una preciosa cordillera, la de antes, la de cuando uno era pequeño y la veía todos los días camino al colegio. Eso no se achica en los recuerdos, como ocurre con algunas calles y el propio colegio donde un día estudié. Antes de partir hacia el bus con destino a Talca, alcanzamos a ir a una cafetería ubicada detrás del colegio San Ignacio, por Bilbao. La empanada de pino y el café estaban una delicia. Cuando nos retirábamos llegaba Patricio Aylwin con su señora Leonor a la misa de las 11:30. Me hubiese gustado saludarla, pero la vi tan complicada, achacosa bajándose del auto, que me la imaginé volando también alrededor del propio ombligo. Quizás entre la penumbra de la memoria se acuerde algo de nosotros, cuando los veíamos antes de que ella fuera Primera Dama y su marido Presidente, durante los fines de semana de Algarrobo junto a un pisco sower y la conversa tranquila de la playa. No sé, me falta tiempo como para tener una opinión más específica sobre él, sobre lo que hizo ……… o lo que dejó de hacer, que a lo mejor es mucho peor…
14 de Septiembre 2014